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Por: El Conde de la Distra.
–Como un homenaje póstumo a las matronas provincianas de antaño que aunque hoy no están con nosotros, marcaron nuestras vidas para siempre.
A finales del cincuenta y ocho, Mayo tenía dos de sus siete hijos, Némis María de año y medio de nacida y por supuesto el Conde, que comenzaba a querer salir de ese vientre prodigioso, la situación económica no era muy halagadora, vivíamos en una estancia cerca de Santa Rosa de Pulgar, hermoso lugar donde mi abuelo o más bien mi tío abuelo Luis Ramón Caicedo Freyle tuvo su parentela con Doña Rosa Granados, mi padre había quedado huérfano a edad temprana y fue a mi tío Luis Ramón o más bien a mi tío abuelo el que junto con mi abuela María Francisca le tocó la responsabilidad de criar a “Pilucho” o sea a Rafael Agustín mi papá, hasta que pudo sostenerse por sí solo.
Allí existía un extenso cultivo de caña con un gran trapiche artesanal de propiedad de la familia de Monche Arguelles, socio de Luis Ramón, donde se producía todo tipo de panela: Panela Casco e mula para fabricar chirrinche, alfandoque, y la panela cuadrada que es la que aún se consume hoy en día. El trapiche era impulsado por dos mulas que al sonido de un látigo que mi padre hacía sonar giraban en un interminable círculo cuyo centro era la máquina de madera que trituraba el corazón de la caña de azúcar para luego sacar el guarapo dulce, materia prima para hacer la panela. Mi padre aburrido de ejercer este oficio intentó con otros que le asignaba mi abuela y mi tío abuelo, pero al cabo de un tiempo nuevamente desistía y los dejaba abandonado, se le ocurrió entonces la brillante idea de viajar a Venezuela en compañía de su hermano Cristóbal, mayor que él, quien entusiasmado por la fama que tenía el vecino país, de que se podía ganar más dinero trabajando como pigua o como jornaleros en las fincas de Machiques.
Mi madre se quedó sola, mi abuela se muda a Distracción y se la lleva consigo con cinco meses de gestación y con mi hermana ya nacida. Estando ahí, los días trascurrían al compás de la tranquilidad del pueblo, mi abuela nos acomoda en casa de una de sus hijas, la casa de mi tía Virginia, en cuya fachada principal tenía un letrero que decía “Mi Ranchito”. Mi tía Virginia a quien por cariño y gratitud le decíamos tía Ñeguito, hacía vida marital con un militar llamado Gilberto Cabrera, sargento vice primero del glorioso Ejército Nacional acantonado en Buenavista, propiamente del grupo de caballería No.2 Rondón, sargento que estaba destinado en el futuro más cercano a ser mi padrino de bautismo.
Allí, aprende con mi tía el arte de extraer el aceite de coco, a realizar labores cotidianas y, a trabajar como dependienta en el almacén de Eloísa Reyna, donde empezó a visionar la comercialización de los productos agrícolas que se daban en la región de la provincia de padilla.
En su natal Riohacha se daba un intercambio comercial con las islas del Caribe principalmente con Aruba, Curazao, y con la ciudad de Maracaibo que por su cercanía a Maicao, era el epicentro donde se hacía escala con los cargamentos de café de contrabando, que luego serían enviados hasta Puerto López y de ahí trasportados en barcos hasta Aruba. A Maicao también llegaban mercancías de toda clase, electrodomésticos, telas, calzado, y los famosos wiskis y cigarrillos que han hecho historia hasta nuestros días.
Riohacha solo tenía comunicación con el resto de la costa por vía marítima, ya que por vía terrestre, el trayecto por carretera hacia la ciudad de Santa Marta o Barranquilla se hacía por vuelta de Valledupar-Fundación y era demasiado largo, además todavía no estaba abierto el tramo de carretera Riohacha – Santa Marta; el cerro de los muchachitos no permitía el paso, solo se llegaba por vía terrestre a Dibulla, a Mingueo, y a Río Ancho. De Dibulla inicialmente, se traía por vía marítima el plátano, el icaco, los mangos de rosa y los cocos, esta labor la realizaba una parienta de mi mamá llamada María Roy, matrona de esta descendencia. “Los plátanos y los cocos más grandes que traigo para la venta son para mi prima hermana” – Así decía ella muy emocionada-.
En Distracción conoce a Margarita “Margot” Mendoza de Bravo, una mujer guerrera, trabajadora, consentidora, pero de mano firme a la hora de disciplinar y educar a una descendencia de hijos y de nietos muy numerosa, descendencia que sacó adelante con responsabilidad, dedicación y mucho esfuerzo, con Gabriela Bello, y con Dolores Bravo, tenía algo en común, además de ser familia entre sí, por vinculo sanguíneo o por afinidad política, “eran unas máquinas para producir dinero”. Mayo le propone a Margot llevar productos de Distracción a Riohacha con la complicidad de Gabriela y Dolores. Comenzaron a solicitar y a comprar en el pueblo cualquier cantidad de frutas, hortalizas, condimentos, queso criollo, ajonjolí, tabaco, cocos, dulces de todo tipo, escobas de pajita y escobas de barrer patio, -estas se hacían con la vena de la palma seca del coco-, eran productos muy apetecidos en la capital y no se producían allá.
En Fonseca conoce a una pareja de comerciantes Santandereanos quienes tenían un negocio de víveres y abarrotes, llamado “Proveedora La Uvita”, hoy Deposito La Uvita, esta pareja comercializaba los productos que se traían a la provincia desde los santanderes, (Ocaña y Bucaramanga), los famosos carros ocañeros, traían: piñas, naranjas, papas, zanahorias, remolachas, repollos, cebolla roja y cebolla en rama. Toda esta mercancía era adquirida por la sociedad formada por las Fonsequeras o las Provincianas, remoquete que se hicieron ganar en Riohacha por venir de ese lugar.
Allá en Fonseca contratan un camión Ford 350, propiedad de un señor llamado Octavio, conductor diestro, conocedor del oficio y que sabía sortear todos los vericuetos de la larga y tortuosa y destapada carretera, Octavio llegaba religiosamente todos los lunes a la una de mañana al castillo del Conde, lugar de acopio de todos los productos que luego de ser cargados y acomodados cuidadosamente, partían hacia la plaza de mercado de Riohacha, llegando a eso de las seis de la mañana.
Comenzaba la semana, y en el mercado de la capital, ya se encontraba la clientela, conformada por las damas de la sociedad riohachera, las del centro, con sus canastos de bejucos donde iban acomodando todo lo que podían comprar, esta feria duraba dos, tres o cuatro días, en los cuales vendían toda la mercancía. Con el dinero obtenido producto de las ventas, llegaban a los depósitos de mercancías extranjeras que existían en la ciudad y allí compraban cualquier cantidad de productos que luego venderían en la provincia, principalmente al comisariato del Grupo Rondón en Buenavista.
Compraban: Aceite Tralalá, Mantequilla “Butter” Holandesa, Queso amarillo Friko, Leche Klim, Harina amarilla para hacer Funche, Jamoneta Plumrose, Talco de cuerpo Manta en el Hombro, cortes de tela, agua de colonia y perfumes franceses, también compraban donde una señora llamada Nicha, que comercializaba pescado y camarones seco, estos productos eran de una gran aceptación en el pueblo y nuevamente el dinero se reproducía dejando muchas utilidades.
Pasada la mitad de la semana, las Fonsequeras emprendían su viaje de regreso a Distracción, pero esta vez lo hacían en un bus de carrocería de madera de color azul celeste que se llamaba “El Rosario” de propiedad de las hermanas Elvira y Margarita Ariza Maestre, este bus cubría la ruta Riohacha Villanueva, casi siempre salían de la plaza de mercado al filo del mediodía y llegaban al pueblo en horas de la tarde con el sol de los venados.
Las Fonsequeras o las provincianas, tenían una cita infaltable semanalmente, lo que las obligó a hacerse un lugar donde dormir y descansar ya que se alojaban en casa de amistades o parientes cercanos, por ejemplo, mi madre por mucho tiempo se quedaba donde su cuñada Carmen Caicedo hermana de mi padre y mujer de Miguel Pimienta, quienes tuvieron una familia numerosa, Miguel fue empleado y pensionado por el estado, pero también tenía un excelente negocio, comercializaba cal hidratada que traía de los hornitos de Distracción.
Los años fueron pasando y las aguerridas mujeres decidieron hacer su lugar de residencia en la ciudad de Riohacha, se trajeron su descendencia y siguieron procreando los demás hijos, allá los registraron nuevamente aun sabiendo que nacieron en Distracción, decisión que asumieron para que pudiesen estudiar, educarse y hacerse profesionales, ya que se decía, que los registros originales se habían extraviado o habían desaparecido por una conflagración que se presentó en la casa cural del pueblo, muchos años después, se supo que el archivo lo habían trasladado a la parroquia san Agustín de Fonseca.
Hoy puedo contar esta historia, porque Mayo, mi madre, aún vive y que siendo una mujer octogenaria con una brillante lucidez, hizo posible despertar esos recuerdos que yo ya había olvidado.