Debajo del puente, las aguas oscuras de la ciénaga la Caimanera se casan con las verdes del mar. Y, aunque parezca un acto de ficción, es un hecho real que se repite constantemente en determinadas horas, antes del mediodía, el agua dulce y oscura proveniente de los arroyos que proveen a la ciénaga penetra al océano, pero en el ocaso, es el mar el que se impone sobre el cenagal, entonces el agua es salobre.
En ese juego “amoroso” del mar y la ciénaga, en el sitio conocido como Boca de La Ciénaga, entre Tolú y Coveñas, Sucre, nace el estuario más importante de la zona del Golfo de Morrosquillo, la ciénaga La Caimanera, un complejo cenagoso de 2.600 hectáreas tapizadas por arboles de mangle de cuatro especies que le sirven de protección. Los mangles es el criadero natural de las ostras, un molusco filtrador.
La Caimanera, además, es considerada por los expertos como la sala cuna de unas 24 especies de peces tales como el bagre, burel, cojinúa, pargo, robalo entre otras y, lógicamente, reptiles como el caimán del que deriva su nombre ancestral. Los peces provienen del mar, pasan por debajo el puente para desovar en las aguas de la ciénaga enriqueciendo así su parte ictiológica.
Hace cerca de cuatro décadas, La Caimanera sufrió un atentado de muerte por la construcción de la carretera Tolú – Coveñas, varios de sus vasos comunicantes con el mar fueron taponados. Sus manglares empezaron a morir con todo y ostras pegadas a sus raíces retorcidas y flotantes, los árboles que se resistían a morir eran talados por orden de los constructores de casas y edificios en ciudades de la región, las aves, algunas migratorias, desaparecieron en varios vuelos sin retorno. Todo era muerte y desolación: de un lado el mar, y al otro, un cementerio de cadáveres vegetales.
Para esa época, Boca de la Ciénaga era un pueblo ralo, conformado por aproximadamente 15 familias que históricamente derivaban su sustento de la pesca en el complejo lagunar. Los nativos fueron testigos de la crisis de la Caimanera por la construcción de la carretera, vieron como cambiaba el color del manglar de verde intenso al gris claro, del silencio que dejaron las aves que se marcharon y, lo peor, la crisis de alimento por la desaparición de peces, según lo narra Olimpo Cárdenas Monterroza, líder social del sector.
Ante ese panorama, la comunidad de Boca de la Ciénaga se organizó en tres asociaciones con tres propósitos definidos: la recuperación y defensa del manglar, la reglamentación de la pesca y luego impulsar el ecoturismo. Los tres objetivos se han cumplido tal como fueron concebidos, la recuperación con siembra de nuevos árboles y la abertura de varios canales para oxigenación y penetración del agua a sus raíces. Resucitada la vegetación, las aves regresaron y volvieron a trinar desde las ramas y raíces colgantes de los manglares revestidos con follajes nuevos, el desove de peces aumentó y por ende la pesca fue más fructífera. Con ese nuevo paisaje se inició el ecoturismo.
Tras esa recuperación por parte de la comunidad, La Caimanera fue declarada área protegida por parte de la Corporación Autónoma Regional de Sucre (Carsucre), pero su vigilancia y cuidado lo asumen los pescadores, los guías e informadores turísticos y los ambientalistas, según lo explica Cristóbal Pardo García, representante del grupo de informadores y guías turístico quienes se encargan de llevar a los visitantes al corazón de la Ciénaga en canoas impulsadas por remos en un recorrido de 1.5 kilómetros por un estrecho que hace serpentinas entre la selva de mangles.
Las leyes de la comunidad
En la Caimanera, las normas sobre el uso de sus recursos las imparten los voceros de los tres grupos sociales que viven en inmediaciones del complejo lagunar: los pescadores, ambientalistas y los Informantes y guías turísticos. Los primeros vigilan que la actividad pesquera se haga artesanalmente y con los elementos permitidos para tal fin, los segundos cuidan el manglar y vigilan que no haya tala indiscriminada y, los terceros se encargan reglamentar el tráfico acuático.
Según Eduardo Estrada, vocero de los pescadores, en La Caimanera, la pesca tiene que ser con atarrayas cuyos tejidos no pueden ser menudos, hay que hacerlo en canoas y demás elementos artesanales y tradicionales. En el caso del tráfico, los paseos por ese ecosistema tienen que ser en canoas impulsadas por remo, pues los motores fuera de borda contaminan con aceite y gasolina que se pegan en las raíces donde viven las ostras, los turistas no pueden llevar elementos plásticos, ni pueden arrojar ninguna clase de desecho al agua mientras hacen el recorrido. Para el caso de los manglares, nadie puede talar, excepto los nativos cuando la madera sea para construir su propia casa, pero deben tener en cuenta que los arboles a cortar deben ser los adultos que ya tienen muchos hijos, explica Olimpo Cárdenas Monterroza, vocero de los mangleros.
Cristian Pardo García, dirigente de los informantes y guías turísticos, recuerda el día que el gobernador de la época, Salvador Arana Sus, intentó penetrar a la Ciénaga en una lancha con dos potentes motores fuera de borda. La comunidad se plantó bajo el puente y obligó al mandatario hacer un giro hacia el mar, “puede ser muy gobernador, pero la ciénaga la respecta” le gritaron en coro, recuerda el dirigente.
Los tres voceros coinciden en que el cuidado de la caimanera es igual al que le dan a sus familiares, “la queremos como a una hija o una madre” dicen, al tiempo que reiteran que esa es su vida y la de todos los 520 habitantes de Boca de la Ciénaga, el poblado que ha crecido alrededor de La Caimanera y que de acuerdo a sus dirigentes, empieza a tener superpoblación, por eso advierten que, todo el que viva en Boca de la Ciénaga tiene que comprometerse al cuidado del humedal que es la fuente de su economía.