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Retos y oportunidades del envejecimiento de la población mundial: análisis

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Cuando la semana pasada Joe Biden confundió en una conferencia de prensa el nombre de la vicepresidenta Kamala Harris con el de su archirrival Donald Trump, incluso los integrantes del equipo que lo acompaña en la Casa Blanca fruncieron el ceño. Y es que pocos minutos antes, en el marco de los actos de celebración de la cumbre de la Otan en Washington, ya había trastocado el del mandatario ucraniano Volodimir Zelenski con el del líder ruso Vladímir Putin.

Aunque una confusión –o dos, en realidad– es algo que le puede pasar a cualquiera, los tiempos en la política estadounidense no están para cometer errores de semejante calibre.

Otra vez, tras lo sucedido, dentro del Partido Demócrata aumentaron las expresiones de descontento por la terquedad del actual presidente, quien a sus 81 primaveras se niega a dar un paso al costado y dejar que alguien más joven tome la posta.

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Porque, para hablar con franqueza, la carrera por el que es descrito como el cargo más poderoso del planeta se ha concentrado en la capacidad del actual ocupante de la oficina oval de desempeñar las funciones que le corresponden. Mientras Trump casi mira los toros desde la barrera, Biden se encuentra sometido a un escrutinio constante, al tiempo que pierde terreno en las encuestas.

Más allá del desenlace, la controversia pone sobre la mesa el dilema de si una persona de más de 80 años puede desempeñar responsabilidades como la mencionada. Al respecto, los médicos que estudian el tema dirán que no hay una respuesta general, sino que cada individuo es diferente.

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Héctor Fabio Zamora / Portafolio

Aun así, el público tiende a simplificar las cosas, pues más de uno piensa que la fecha de nacimiento trae implícita una de expiración, como la que se les aplica a los pilotos de avión –que no pueden volar después de los 65– o a quienes ocupan ciertas posiciones, a veces en el sector privado y otras en el estatal.

En contraste, lo que muestra la ciencia es que entre los seres humanos la realidad es muy heterogénea, pues no siempre la edad biológica y la cronológica van de la mano.

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Lejos de disminuir, es seguro que la discusión será cada vez más intensa. El motivo es que la humanidad se está envejeciendo de manera acelerada, con lo cual las más diversas sociedades –como la colombiana– tendrán que considerar y probablemente revisar sus actitudes hacia los adultos mayores.

Que el cambio sigue en marcha es algo que quedó confirmado el jueves pasado cuando las Naciones Unidas dieron a conocer su más reciente ejercicio de proyecciones sobre la demografía global. De acuerdo con el organismo, el número de habitantes en el planeta seguirá aumentando hasta llegar a cerca de 10.300 millones dentro de seis décadas.

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A partir de ese momento, el total comenzaría a disminuir lentamente, con lo cual a finales del siglo XXI ese se ubicaría en 10.200 millones. La diferencia puede parecer menor, pero la cuenta es inferior en 700 millones a la que se hacía diez años atrás.

Llegar al pico poblacional mucho antes de lo que se creía hasta hace poco es algo relacionado con varios factores, aunque especialmente con el desplome en la natalidad. Para la ONU, en 63 países que contienen a más de una cuarta parte de la gente que existe ya se alcanzó el punto más alto, en términos de población. Por ejemplo, China, Alemania, Japón o la Federación Rusa están en ese grupo.

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Como si eso fuera poco, 48 naciones o territorios más entrarán en la misma categoría en las tres décadas que vienen. Colombia se encuentra dentro de su grupo, pues a mediados del siglo llegaría a tener algo menos de 57 millones de personas y arrancaría con su senda descendente, de acuerdo con los pronósticos del Dane.

Al tiempo que ello ocurre, el aumento en la esperanza de vida y los progresos de la medicina les permitirán a los individuos vivir más. De vuelta a las Naciones Unidas, dentro de medio siglo la cantidad de habitantes de más de 65 años sumaría más de 2.200 millones, una cifra que sería superior a la de los menores de 18 años.

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Abel Cárdenas / Portafolio

Incluso, a mediados de la década que viene habrá 265 millones de octogenarios, guarismo que sobrepasaría el total de niños con menos de doce meses de nacidos. Como es de suponer, esos momentos arribarán mucho más temprano para los lugares en donde sus habitantes ya comenzaron a disminuir.

Por su parte, los colombianos experimentarán algo similar. Actualmente, cerca de uno de cada nueve cuenta con más de 60 años, pero en 2030 la proporción pasará a uno de cada seis, en 2050 a uno de cada cuatro y en 2070 al 36 por ciento de la población. No menos llamativo es que los octogenarios en este último año representarían casi el 10 por ciento de los habitantes del país.

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Dado el desplome reciente en el número de hijos por mujer observado en el país –que está en 1,2 en promedio, uno de los más bajos del mundo– resulta probable que el escenario descrito acabe volviéndose realidad mucho antes. Si a lo anterior se le agregan los movimientos migratorios, concentrados especialmente en los más jóvenes, no se ve descabellado que en Colombia los cabellos grises manden la parada en un lapso relativamente corto.

Sin embargo, lo que importa es mirar el futuro con los ojos abiertos. La razón es que hay que evolucionar hacia el que es un cambio demográfico muy profundo, lo cual demanda ajustes institucionales de fondo. Si estos se hacen bien, la que podría ser una crisis puede convertirse en una gran oportunidad.

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Imaginar en qué consiste el futuro se asimila a dibujar mentalmente una pirámide que está dividida en edades. Durante mucho tiempo, esta fue muy ancha en la base porque había muchos más niños y jóvenes, pero ahora se asemeja a un rombo cuya cintura empieza a subir en la medida en que asciende el promedio.

Semejante perspectiva implica retos. Algunos de los más obvios están relacionados con el tamaño de la población escolar que se comienza a reducir de manera paulatina, algo que se nota de manera clara en capitales como Bogotá. Cómo se adapta la educación en materia de plazas disponibles y capacitación de los maestros –que proporcionalmente serán menos demandados en los grados iniciales– es algo que requiere una buena planeación.

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Otro campo fundamental es el de la salud, pues el costo de la atención sanitaria aumenta a medida que las personas ganan años. La mejora de más de década y media en la esperanza de vida a partir de la entrada en vigor de la Ley 100 de 1993 está directamente relacionada con la ampliación de la cobertura y el reducido gasto de bolsillo de los hogares colombianos.

No obstante, ahora que está en marcha el abandono del modelo de aseguramiento y la adopción de un esquema más centrado en lo público, es válida la duda sobre si los recursos y mecanismos que entren en vigor serán suficientes para garantizar el bienestar de los adultos mayores. Y la incógnita va más allá de los procedimientos complejos, pues comienza con disponibilidad de citas y medicamentos para males tan comunes como la hipertensión.

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Dentro de la lista no puede faltar lo relacionado con las pensiones. Si algo llama la atención sobre la reforma que viene de aprobar el Congreso, es que una estructura que ya constituye una carga muy pesada para el presupuesto nacional será remplazada por otra aún más onerosa.

Tanto, que dentro de pocos años resultará inevitable hablar de aumentar la edad de jubilación y las semanas de cotización, pues de lo contrario al Estado le quedará imposible cubrir un pasivo que equivale a casi dos veces lo que produce la economía anualmente. Además de cómo se manejen los regímenes especiales que privilegian a ciertos segmentos de la población –como los integrantes de las Fuerzas Armadas– y son financieramente un gran fardo a la luz de la longevidad en ascenso.

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También hay que mirar el otro lado de la moneda, que tiene que ver con las preferencias individuales y sociales. En culturas como la japonesa, la participación de los adultos mayores viene en aumento, no solamente porque haya personas que quieren mejorar su ingreso monetario sino su salud emocional.

Contribuir con la voz de la experiencia, sentirse útiles en la comunidad, aprender otro oficio, son algunas de las explicaciones que se escuchan cuando se les interroga a personas de 70 o más años por qué quieren seguir trabajando. Una mirada más amplia denota que una mayor presencia en ciertas labores aminora los cuellos de botella asociados a la falta de gente calificada, que son cada vez más comunes en naciones ricas y emergentes.

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Milton Díaz / Portafolio

Aun así, son abundantes los casos de incomprensión entre las personas más jóvenes. Prejuicios de diverso tipo se combinan para exigir que el retiro forzoso persista, por lo cual, también se requerirá una labor pedagógica, con el fin de cambiar actitudes y utilizar de mejor manera el potencial de los mayores.

Dentro de las muchas ideas que se escuchan es la de hacer pruebas periódicas en las que se evalúen temas como motricidad, reflejos, habilidades cognitivas o síntomas determinados que pueden convertirse en un limitante. Manejar un vehículo, una empresa o un país no necesariamente depende de cuántos cumpleaños se lleven a cuestas, pero eso requiere una discusión sobre parámetros objetivos, en lo cual hay desacuerdos.

Responsabilidades individuales y de la sociedad

Expertos como Frieder Lang hablan de la necesidad de prepararse, lo cual tiene que ver con responsabilidades individuales y de la sociedad en su conjunto. Otros anotan que al término ‘tercera edad’ hay que agregar una cuarta etapa, pues las fases de la vida son más de las que parecían estar definidas hasta hace poco.

Tales reflexiones deberían estar más presentes en Colombia, un país que todavía se siente joven, pero que lo es cada vez menos. Esfuerzos pioneros, como los de la Fundación Saldarriaga Concha, que le ha dedicado importantes recursos humanos y monetarios al asunto, merecen ser imitados y continuados.

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Las razones abundan. “El envejecimiento es una realidad global que nos concierne a todos”, señala Lina Maria González, Líder de Salud y Bienestar de la Fundación mencionada. Agrega que el nuevo paradigma “obliga a una mirada distinta, que implica un seguir adelante, un propósito de vida que se ajusta con los años, una apertura continua a seguir aprendiendo, que se junta con nuevas opciones de ingresos en donde el emprendimiento cobra un rol esencial”.

Y en lo que atañe a Colombia, la especialista destaca los esfuerzos que se han realizado, sobre todo en salud. Añade que “hoy los retos deben enfocarse en continuar lo logrado, asegurar un sistema de cuidado que no puede seguir esperando, favorecer trayectorias educativas pues el aprendizaje no caduca con la edad e incluir, entre otras acciones, una mayor participación social de los viejos quienes hoy son decisivos en los resultados democráticos”.

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Como queda claro, la hoja de ruta es amplia para un proceso que ya comenzó y que exige una buena política pública al respecto. Sin ir muy lejos, el más reciente Plan de Desarrollo tiene elementos positivos, en la medida en que se cumpla.

En conclusión, hay que hacer la tarea de manera juiciosa, la misma que se requiere para una nación más madura y que puede aprovechar la sabiduría que viene de la experiencia. Porque los años no vienen solos.

EL TIEMPO – ECONOMÍA

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Written by jucebo

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