Cuando aún reinaba la oscuridad de la madrugada sobre el cielo de Cali, en pleno corazón de la ciudad, un vigilante mal herido logró asomarse por una ventana del lado oriental del edificio Otero –declarado Monumento Nacional– para advertir a un colega de una edificación contigua que al interior de las oficinas del Diners Club se acababa de perpetrar una de las peores masacres que hasta entonces se hubieran conocido en la capital del Valle.
El reloj casi marcaba las 6 de la mañana…