Ala edad de 22 años las personas están en, lo que se conoce en el argot popular, la flor de su juventud. En este momento, las personas comienzan a explorar el mundo y a despuntar lo que será su vida en el futuro.
Se supone que habitualmente es así; no obstante, por una mala jugada de la vida a Juan Gabriel Espinel, un santandereano echao pa’lante, justo a esa edad le ocurrió un accidente que lo dejó sin visión. Atravesar por algo semejante, siendo aún tan joven, puede mandar a una persona al aver no más profundo de la depresión.
Menos a él, que gracias al deporte y a su determinación logró hacerle el quite a la adversidad y, aún con su discapacidad, se convirtió en todo un atleta que ahora, junto a unos amigos, recorre los paisajes de Colombia en una bicicleta Pero su actividad no para ahí, ya que su pasión por el deporte lo ha llevado a competir en justas para olímpicas a lo largo del país, en donde se ha destacado por su portento físico y perseverancia atlética.
En este momento, Juan Gabriel, a sus 36 años, se prepara para salir a competir en justas internacionales. A pesar de no contar con el dinero
ni los patrocinios necesarios, él se prepara todos los días haciendo gala de una disciplina admirable. A sus espaldas, carga una historia de lucha y empuje que lo respalda. Un verdadero guerrero que hoy queremos destacar
El deporte fue su salvavidas
Sin más remedio que el de trabajar de sol a sol, como la mayoría de colombianos, Juan Gabriel descubrió un día por accidente, en su natal San Gil (Santander), a un grupo de hombres corriendo y practicando atletismo.
La fuerza y desempeño de aquellos deportistas llamaron su atención, dado lo cual se dispuso a verlos todos los días a la misma hora. El inquieto joven llamó la atención de los atletas, quienes lo invitaron a practicar con él.
Gracias ese deporte, Gabriel se alejó del mundo de los vicios y se consolidó como un deportista respeta do en su pueblo. Alternaba su pasión con oficio varios, hasta que a los 22 años, una explosión accidental en uno de sus cuantos trabajos le arrebató la vista y lo dejó un mes en cama.
Surgiendo de las cenizas
Cuando Juan Gabriel tenía 7 años de edad lo único que sabía sobre sí mismo era su nombre. Sus padres lo abandonaron desde muy niño, y a partir de esa soledad e incertidumbre le tocó trabajar en múltiples oficios, siendo tan solo un niño, para poder ganarse el pan diario. Estudiar tampoco pudo, ya que cuando se graduó de segundo de primaria no tenía un registro civil o documento de identidad que lo respaldara para continuar escalando en el sistema educativo.
Sin más opciones, el pequeño Juan decidió camellar como un adulto,
porque quieto no se podía quedar.
Salió adelante a pesar de todo..
Después de una larga y dolorosa recuperación, Gabriel decidió aventurarse en el mundo, esta vez a oscuras, para ver qué tanto podía explorarlo sin requerir de su vista. Sus oídos, casi como si se tratara de una recompensa a su perseverancia, se volvieron tan agudos como los de un lobo, así como el resto de sus sentidos, cuya fortaleza se incrementó para compensar el déficit de su visión.
Gracias a este equilibrio pudo volver a practicar deportes. Primero fue la natación, en donde incluso ganó un bronce en los paraolímpicos de Ibagué. Y ahora es el ciclismo, disciplina con la que recorre toda Colombia en compañía de sus amigos. Para no perderse, completa una bicicleta doble
con sus compañeros, pero cuando le toca solo, él simplemente coloca un vaso de plástico entre la llanta y el marco de la ‘bici’ de sus camaradas de ruta, para que al escucharlo él pueda guiarse por el camino.
De esta manera, con cada pedalazo Gabriel nos enseña que no hay dificultad suficiente que pueda aplacar la voluntad de un guerrero.
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