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Cristalerías de Envigado: golpeadas, pero no quebradas

Don Alfredo Fernández prepara las piezas de su monumental pesebre, confiado en que la pandemia menguará pronto.

A pesar del contrabando, la apertura económica y las acechanzas del narcotráfico, la industria envigadeña de lámparas -que iluminó a Colombia- todavía destella.

“Me di cuenta de que el arte del fuego es arte de demonios, eso es muy berraco: ver a esos tipos al lado de esa candelada tan berraca, cómo sacan la caña impregnada de una gelatina roja, hirviendo, y soplan con esa berraquera y otro está listo para cortar la bomba que se formó, para meterla a otro horno”. 

Don Alfredo Fernández prepara las piezas de su monumental pesebre, confiado en que la pandemia menguará pronto.

Quien narra es Jairo Tamayo Jaramillo, hijo de don Alfredo y hermano de Humberto y Rodrigo, familia de empresarios de la cristalería en Envigado, y protagonistas de su lejano brillo: se llegaron a contabilizar hasta 40 negocios dedicados a la venta de todo tipo de lámparas y productos de vidrio y cristal.

A diferencia de la altanera Cristalería Peldar, que nació con vocación industrial, todos estos proyectos se forjaban en talleres artesanales. Los hornos de Peldar se apagaron a comienzos de 2019, luego de 70 años de trabajo armónico con sus “hermanas menores”. Tan opulenta ella, que ocupaba 70.000 metros cuadrados, donde producía todo tipo de envases, y hasta vidrio plano por estiramiento. 

El cristal se obtiene con tres partes de arena muy purificada, dos de plomo y una de potasio (el fundente). El vidrio, con arena, cal y un fundente

Pero la primera que “sopló e hizo botellas” en Envigado, a comienzos de los años cincuenta, fue una familia Roselló de origen español, que montó la Vidriera la Española. Soplaban un vidrio muy artesanal, para producir bombas y figuras de decoración. Hacia 1962 don Pacomio Vélez Gómez (Pavezgo) también hacía vasos y copas; a él se debe la fama local en este arte. Entonces los hermanos Tamayo compraban las bombas (vidrio soplado) de La Española para decorarlas o tallarlas, y luego venderlas. Más tarde entendieron que esas incipientes lámparas exigían un herraje, de manera que montaron la fundición de bronce y aluminio para dar forma a candelabros, espejos, consolas y otros elementos decorativos. Así surgió la Cristalería Milán, en 1969, con un capital de 45 mil pesos. Después incursionaron en la fabricación de luminarias, faroles y postes decorativos, bancas y fuentes de agua para avenidas y plazas de pueblos, hasta casi cubrir el país.  

El fuego, siempre presente en sus vidas, crepitó una tarde de 1975 en el pequeño local de los Tamayo en la carrera 43 con calle 31, para dejar solo cenizas. El papá, don Alfredo, les prestó con qué reconstruir su templo de cristal. Un año más tarde levantaron las instalaciones definitivas en un área de mil 100 metros, en la avenida Las Vegas, donde -reconoce- “tuvimos fama nacional”.

Pero candela fue lo que tragaron los hermanos Jairo y Humberto para sacar adelante su frágil emprendimiento porque, asegura: “Todos los que ensayaron montando fábricas de vidrio, fracasaron… era un paso muy grande el que pensábamos dar, pero no se pudo” …

El semicristal es la base de casi toda la producción: material no tan fino como el cristal, ni tan ordinario como el vidrio.
El semicristal es la base de casi toda la producción: material no tan fino como el cristal, ni tan ordinario como el vidrio.

Tiempos de esplendor

Relata que en la historia de esta industria fueron seis las empresas “grandecitas” en Envigado; algunas fundían, otras solo ensamblaban. Además de Pavezgo se consolidaron Bohemia e Induvidrio, entre otras. Los Tamayo llegaron a tener 90 trabajadores en todo el proceso: fundidores, talladores, armadores de lámparas…

Por cierto -relata- más que empresa, Milán era una escuela: llegaban obreros rasos, que nada sabían hacer. Aquí aprendían, formaban hogar, lograban techo propio y hasta medio de transporte. Hoy, los hijos de esta generación, profesionales, también trabajan en la hechura de lámparas, en empresas hogareñas. 

Hubo tiempos de vacas gordas: llegaban compradores del Ecuador, de Venezuela y de todo el país: los paseos bogotanos a la costa incluían un pare obligado en Envigado para antojarse de bellezas luminarias. Es el relato de otro irrompible de ese arte, don Diego Jaramillo, de la Cristalería de Antioquia (41 años de trayectoria), uno de los nueve negocios que sobreviven en el sector de San Marcos. 

Tradiciones culinarias en gustosa competencia

Los Tamayo se dieron su roce internacional: con el apoyo de Proexpo participaron en una exposición mundial en Bélgica, que les permitió ampliar canales de comercialización. De esta experiencia quedaron muchas enseñanzas, nuevas ideas de diversidad de moldes y, lo más importante: empezaron a exportar.

Como anticipamos, en la nueva sede de la avenida Las Vegas, los Tamayo pretendían montar una fábrica de vidrio, soplarlo y producir artículos de decoración. “Nos metimos donde no cabíamos porque lo de vidrio, como se dice, ‘corta mucho´ y hubo un fracaso grande”. Por costos excesivos, no pudieron importar la materia prima requerida, y les falló un personaje que había prometido “igualar en calidad la producción europea”. Así que el sueño y la inversión se fueron, ahí sí, ¡al infierno!, casi grita don Jairo.

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Written by jucebo

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