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CRÓNICA | La gente parece que quisiera morirse, pero antes quieren echarse una bailada.

 

Sucre, entre la muerte y la cultura del disfrute.


Los seres humanos no podemos reducirnos a cifras, aunque los números sean vitales en la cuantificación de los planes de vida y los proyectos. En Sucre murieron 43 personas por complicaciones relacionadas con Covid-19 el pasado fin de semana, la cifra más alta desde que surgió la pandemia, en marzo de 2020.

El viernes fue el día más álgido, con 18 fallecidos. El Covid-19, con su accionar, como si se tratase de una competencia, va destrozando las marcas que teníamos en materia de violencia. Ni siquiera los 134 homicidios que se registran en lo que va corrido del año ponen en riesgo el récord de la pandemia. Tampoco los muertos en accidentes de tránsito.

El territorio fue arrasado por 62 masacres que tiñeron de rojo nuestra región sabanera, hubo más de tres millones de desplazados, miles de hectáreas de tierras despojadas a nuestros campesinos y unos 15 mil muertos, amén de miles de secuestrados y seis mil falsos positivos.

Siempre anduvimos con un revólver apuntándonos a la cabeza. Los muertos por la caída de las corralejas, donde sólo Dios tuvo la culpa, según el Gobernador de turno, no se pudieron cuantificar, aunque se habla de más de 500 en un solo día. Cada quien cargaba sus muertos y hoy en algunos cementerios ya no quedan ni las tumbas ni las cruces. Muchos no fueron contados porque se los llevaron a pueblos lejanos y anónimos.

En el barrio de Las viudas levantado por el Gobierno para resarcir a las víctimas, nadie quería la casa No 20, porque les recordaba el día de la tragedia -20 de enero de 1980- y por eso la tomó el artista Felipe Rambaut, quien todavía cojea, mientras narra sus cuentos.

El Municipio todavía debe recursos al Ministerio de Hacienda por las reparaciones. Todo llega tarde, hasta la muerte. Todo se dilata. Y de los 8 millones de víctimas que dejó el conflicto, apenas se han reparado un millón, No hay plata. Y como va la pandemia, con tres millones de contagiados, los récord del conflicto también serán pulverizados.

Nadie pensó, que podría llegar un virus que iba a pulverizar aquellas marcas macabras de las corralejas, el desplazamiento y las masacres. Las fosas comunes del Palmar, donde los paramilitares enterraban las victimas que sobrevivan a los cocodrilos, parecen cosas de juguete, ante las arremetidas de la pandemia, pero los fines de semana, miles de personas danzan sin tapabocas en más de 100 estaderos de Sincelejo. Y la respuesta del señor Gómez, uno de los impulsores de aquellos eventos, en declaraciones al periodista Silvio Cohen, son una especie de sálvese quien pueda. “Yo no soy el único que hace fiestas, hay más de cien estaderos en Sincelejo. Aquí el que viene sin tapabocas no se rechaza, se le regala un tapaboca, pero con el licor se les olvida el distanciamiento”.

Donde cayeron los 19 palcos de las corralejas de Mochila, en medio de la sanguaza y el barro, donde hallaron a una indígena congelada que se salvó al meterse en el tambor del hielo donde enfriaban el guarapo, en vez de hacer un monumento a las víctimas, se volvió tierra fértil para el fandango y celebrar los goles. Pasaron 40 años y no se hizo el monumento a la corraleja, ni se levantó una cruz como en Armero, y eso que vivimos en una comunidad de poetas y artistas plásticos, que se mueren por trabajar en un proyecto de esa envergadura. Navegamos en medio de una cultura del disfrute, donde el muerto va al hoyo y el vivo al bollo.

Todos dijeron vamos para adelante, que el muerto hiede. Y un alcalde, en una rueda de prensa para hablar del empleo, dijo que la ganadería era el mayor generador de empleo de Sucre, pero no hacían dos meses había suspendido las corralejas, que era el espacio publicitario más importante de la actividad ganadera.

Aquello dividió la opinión pública. No se sabe cómo lo hizo, pero lo hizo. Duraron 40 años buscando llenar el hueco que dejó la suspensión de las corralejas con una serie de eventos que no llenaban las expectativas, que fandangos, que festival sabanero, que reinados de belleza, que lo uno, que lo otro, pero en esas llegó la pandemia y todo se acabó. Ha sido lo más democrático que ha pasado, porque nos ha puesto a todos por igual, porque ante el manipuleo político de las vacunas, la solución adecuada aún no se logra. El virus sigue mutando y arrasando pueblos.

El Covid-19 no respeta religión, raza, jerarquía, condición social ni política. Mueren curas, políticos, notarios, jóvenes, viejos, pero la gente no se quiere vacunar, porque la vacuna trae un chip y los testigos de Jehová dicen que esa es la marca de la bestia. Son los anuncios de los tiempos finales.

Las fake news asaltan la viralidad de internet. Vivimos en un caos, en el que los mandatarios de toda índole no hallan respuesta a tantas querencias. Parecen enanitos inocentes, sin respuestas claras. Ni siquiera escuchando, porque la mayoría se volvieron dictadores y están pensando más en las arremetidas de Gustavo Petro y los estudiantes.

La anunciada cultura del disfrute, que nos catapultará a ser la región más atractiva turísticamente del mundo, con 102 kilómetros de playas, El Camino de La Villa y las rutas de Gabo, al parecer se cogieron a la gente en la calle. Somos mal educados. Nos fastidia el tapabocas. Tampoco nos gusta el condón. Estamos desesperados por la parranda, el picó y los acordeones. Por un lado, quienes convocan a las fiestas los fines de semana dicen estar amparados en la ley de reactivación económica, mientras los organismos de seguridad social en salud se dedican a atajar pollos.

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Written by jucebo

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