Tomado de www.elcolombiano.com
Gloria Cecilia Narváez, de 59 años decidió entregarle su vida y su servicio para siempre a la Congregación Franciscana María Inmaculada. Su devoción y su amor al servicio de las comunidades más afectadas y una pasión inmensa por la fe, la llevaron a Malí a una labor humanitaria hace algunos años.
Cuidar a mujeres embarazadas, enseñarles a escribir, enseñar a niños y niñas el amor por Dios y educación cristiana en las lejanas tierras de África, era para ella una tarea sumamente gratificante que todos los días la llenaba de orgullo.
No obstante, fueron sus mismas acciones de amor hacia el prójimo, las que terminaron llamando la atención del grupo terrorista más temido alrededor del planeta como lo es Al Aaeda, quienes la tuvieron retenida y privada de la libertad por 4 años y 8 meses.
En medio de un sentido relato que entregó la religiosa en una rueda de prensa en Bogotá, contó cómo durante ese tiempo en cautiverio recibió golpes, burlas, maltratos y humillaciones en contra suya, al parecer, solo por profesar la fe católica.
La dura prueba que para ella significó ese secuestro, empezó en febrero de 2017, cuando ella se encontraba viendo noticias junto a sus hermanas de la congregación y abruptamente cuatro hombres armados con fusiles, del Frente de Liberación de Macina, un grupo yihadista, llegaron hasta el lugar, muy cerca de la frontera con Burkina Faso, y las amenazaron con llevárselas.
Gloria Cecilia, no obstante, al ver que no tenían opción y que sus hermanas, más jóvenes, estaban en peligro, con una valentía de no creer, se puso en frente del hombre armado y pidió que, si quería hacer algo, se lo hiciera a ella, “ellas estaban apenas empezando con su vida, sentí que era mi deber”, aseguró.
El secuestrador accedió a la petición de la hermana Gloria Cecilia y fue entonces cuando empezó el calvario. Los terroristas la montaron en una moto y se la llevaron. Por años la tuvieron amarrada con cadenas, recorriendo el desierto de la Sahara, con un inhóspito sol todos los días que le daba en el cuello en donde también fue atada por años para que no se liberara.
La hermana cuenta que hubo días que comía una sola vez y que la salida del sol resplandeciente en el horizonte era lo que llenaba su alma de esperanza. Su fe, la confianza en Dios y una capacidad enorme de adaptación y resiliencia, hicieron que soportara cada día su cautiverio, amenazas e insultos en donde le advertían que la iban a matar.
“Te vamos a matar, te vamos a matar… Eres un perro de iglesia, es el islam la ley, viva el islam”, cuenta la religiosa que le repetían sin cesar sus captores.
Muchas ocasiones, en medio de su cautiverio, pensó que esa era una prueba que Dios le había mandado para probar su fe, para volverla más paciente, más entregada a su labor y una persona más sensata y por eso decidió guardar silencio ante cada uno de los improperios que recibía, “que me defendiera Dios, yo nunca les dije nada”, dijo la hermana.
En su lucha por sobrevivir, intentó escapar en tres ocasiones, pero nunca pudo lograr huir. De hecho, en una ocasión sus secuestradores la dejaron tirada a ella y a la francesa Sophie Petronin, a quien cuidó en todo su cautiverio, en la mitad del desierto, pero al no tener agua ni comida, ni saber a dónde ir, y con Petronin muy débil debido a la mala alimentación que recibían, decidieron esperar a los secuestradores que les habían dicho que volverían. Tres días después regresaron por ellas.
Durante sus cuatro años de secuestro, la hermana Cecilia, siempre se sintió en constante peligro, además porque estaba en una zona del mundo plagada por la guerra. A diario escuchaba helicópteros que asediaban las campañas en donde la tenían, le tocaba caminar largos trayectos por el desierto para huir y entre tanto, escribía cartas a Dios con pedazos de carbón en los que incluso dibujaba el mapa de Colombia para pedir desde la distancia por la paz de su país.
A pesar de todo por lo que le hicieron pasar, la hermana Cecilia también oraba por sus ‘jefes’. Cada vez que estaban en peligro, le pedía a Dios que a ellos no les hicieran nada, que pudieran vivir en paz su religión, “nunca guardé rencor en mi corazón, no guardo rencor y siempre oro por ellos. Lo único que anhelaba yo era mi libertad”, dice la religiosa en una frase inspiradora.
Como todo lo vivido en cautiverio, su liberación, para ella, también fue una verdadera sorpresa. Sin previo aviso, un día cualquiera, la montaron en un carro y tras un largo trayecto, en el que ella estaba invadida por el miedo, en donde recorrió el desierto del Sahara y no tenía idea en donde estaba, le dijeron, “llegamos a este lugar, aquí está su libertad”.
El pasado 9 de octubre, como un milagro, la hermana Gloria Cecilia volvió recuperar su vida. Agradeció al cielo estar viva y se sorprendió al saber que se tenía que vacunar ante un virus que atacó al mundo. Nunca supo del Covid-19. “La única noticia que nos dieron, fue una vez que el jefe nos dijo: hay una enfermedad grave que está matando al mundo”.
Hoy, la hermana Gloria Cecilia espera poder seguir sirviendo a las comunidades más afectadas, asegura que no tiene miedo de volver a irse a alguna misión fuera del país, si eso le encomiendan y que espera que su testimonio de vida sirva para incrementar la fe en las personas alrededor del mundo: “Es gracias a Dios que estoy viva”.
Video cortesía de la Revista Semana:
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Foto: Revista Semana
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