Sergio Cabrera señala el patio de atrás con su mano izquierda. Tiene puesta una manilla blanca, como de cabuya; en la mano derecha también lleva otra. Se las regaló un amigo arhuaco antes de viajar a Pekín. “Es para protección”, dice. Tiene una camisa y un chaleco. Llegó de plantar árboles a las afueras de la ciudad con otros embajadores de América Latina. “No he parado”, suspira y sonríe. Pide un vaso de agua. Está sentado en un sillón negro y detrás de él están las…
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