Todos pasan, lo observan, lo miran una y otra vez y terminan mirandose las caras entre sí y comentando lo mismo: ¡pobrecito, está flaco!
Pero todo queda ahí en comentarios y susurros de pesares, pero nadie da el primer paso hacia una solución.
Lo cierto es que su avanzado estado de desnutrición y una salud bastante deteriorada, no inspira una sensacion distinta a la lástima.
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Su nombre, José Antonio. Su apellido hace honor a su delicada contextura, Delgado.
Es un hombre de pocas palabras. Responde lo estrictamente necesario cuando se le pregunta algo. Sus fuerzas no le dan para más.
Su sitio de alojamiento las 24 horas, la calle 13 con carrera nueve esquina, alli en un rincón externo de las oficinas de un operador móvil, a donde acuden decenas de personas diariamente, muchas de las cuales no solo comentan la crítica situación de este migrante que dice haber nacido en Maracaibo, sino que le entregan algún plato de comida.
Su alto grado de desnutrición salta a la vista y los transeúntes temen que ocurra lo peor en cualquier momento.
Ahora se espera que alguna autoridad médica independiente u oficial inicie una cruzada para poner a salvo a este joven quien dice haber llegado a la ciudad hace dos años.
«Mi nombre es José Antonio Delgado Pana y no tengo familia aquí, estoy solo«, le dijo al reportero de este medio, en un tono tranquilo, sin pretensiones pero sí con las limitantes que le produce un estado crítico de tos que le interrumpe sus palabras y lo obliga a expulsar sustancias que dejan entrever su delicado estado de salud pulmonar.