Tomado del Facebook de Mariela Zuluaga García
Era la década de los ochenta, años de creer en el otro, en los otros, en nosotros. Teníamos en las manos esa gran utopía que se llamó Gato Encerrado, una revista latinoamericana de literatura donde se juntaron voluntades, voces y textos para intentar transformar en esperanza el humo negro que cubría el territorio, no muy distinto al que nos cobija ahora.
Algún día, a la oficina de la carrera 7 con calle 17, llegó un hombre joven con musculatura de boxeador y calva incipiente, vestido con una chaqueta negra de peluche que, por corta, no lograba liberarlo del implacable frío bogotano. Jugado en muchas canchas del sector cultural (periodista, gestor, escritor, publicista) irreverente y lúcido afinó su palabra de acento caribeño y con calma, que parecía muy antigua, nos narró las vidas y muertes de las que venía huyendo.
Y no se dijo más. Jorge Muñoz Pedraza se quedó en Bogotá y caminó con nosotros trabajando en varios frentes con la ilusión del creador que le habitaba siempre pero fundamentalmente, como un gran amigo. Un día el frío y la nostalgia cumplieron su misión y lo hicieron regresar a su mar de colores y a su sol deslumbrante. Y desde esa isla que adoptó por patria chica seguía conectado con la Revista y con los afectos que se tejieron entonces.
Allí, en San Andrés estuvo, está y estará, por siempre.
Buen viaje, querido Jorge y excúsame porque el huracán IOTA y el encierro obligatorio no me dejaron poner al correo esa novela que tú querías leer y compartir con tus amigos y contertulios sanandresanos. La dejaré en manos de tu hijo, con mi admiración de siempre, como un recuerdo más de tu invaluable presencia.
En la edición No. 8, de Gato Encerrado de mayo/junio de 1981, en la sección Los niños también leen se publicó el cuento de Jorge Muñoz Pedraza, titulado Una Fabulita, que hoy, 40 años después, parece haber sido escrita ayer. Lo re produzco acá, como un homenaje al amigo escritor que, como tantos por esta época, voló al infinito.
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