Con 14 años de edad y por la ausencia definitiva de su padre, Ricardo González tuvo que echarse encima la custodia y sustento de sus cinco hermanos y de su madre.
Sin temor se defiende transportando pescado de un sitio que él llama, un arroyo, más allá de la guardia venezolana que está instalada en Paraguachón, área de confín de estado con Venezuela; su país.
En una bicicleta recorre diariamente los 11 kilómetros que separan la denominada raya de la cabecera municipal Maicao, trayendo pescado cuya venta le dejan una ganancia entre 25 y 30 mil pesos cada día, dinero que destina a los gastos de su familia.
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Asegura que la celebración de la navidad va a estar un poco grave, -según sus términos-, porque no hay mucho dinero, admite no tener miedo en el trayecto en el cual emplea una hora de venida y otros 60 minutos en regresar en busca de los recursos para la comida.
Su mirada es serena, reservada y deja entrever la responsabilidad con la que realiza su trabajo a pesar de su corta edad. Sus palabras fueron pocas, pero francas, no demostró afán y cedió para tomarse la foto serio y sin prevenciones, después se despidió con un hasta luego melancólico; partiendo raudo y veloz como queriendo llegar rápido muy probablemente para jugar con sus hermanos.
Si bien es admirado en la ciudad por su trabajo, sabe que eso hace parte de su rutina y que mañana volverá nuevamente, con su provisión de pescado para ganarse otros 25 o 30 mil pesos más.
Como si la bicicleta; su medio de transporte entendiera que deben llegar pronto a su destino, también colabora con su rodaje firme y rápido, mientras él mira con atención que no venga otro vehículo que le impida marcharse.
