En la sala de la casa de Jorge Emilio Ariza está guindada una cabuya de la que se desprenden siete bolas de cera, que brillan cuando la luz del sol, que se filtra por la puerta del patio, las ilumina.
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“Se llama ‘disciplina’ ”, dice en tono pausado Ariza, de 64 años, para explicar que se trata del látigo con el que se azota desde hace 37 años en su natal Santo Tomás (Atlántico), cada Viernes Santos, como…