Ya era sábado de Carnaval. Mientras Barranquilla estaba de fiesta, Ómar Enrique Hernández López se le estaba escapando a la muerte. Esta no era un personaje carnavalesco, era la misma muerte.
El reciclador, con un brazo roto y con la cabeza llena de sangre, llegó en la madrugada del 29 de febrero de 1992 a un puesto de la policía diciendo que
(Además: La historia de la familia que fue masacrada con un hacha en Medellín)