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«Lisandro Meza vive eternamente»

«Lisandro Meza vive eternamente»


Esta tarde, cuando se estén cumpliendo las exequias de Lisandro Meza, en Los Palmitos, Sucre, Joche Meza Domínguez, su hijo de 53 años, estará llegando a Medellín con la banda Los Hijos de la Niña Luz a cumplir una cita para una fiesta privada. Es la ley del artista, a quienes les toca seguir el compromiso, aun sabiendo que a esa hora un ser querido es velado.

Lisandro Meza murió el 23 de diciembre en Sincelejo, Sucre, ocho horas antes de que llegara su fecha cumbre, que él animó con un villancico criollo en 1957, “Diciembre 24”.

El periodista Silvio Cohen tenía ese pálpito cuando supo que el artista había recaído entonces empezó a preparar la crónica, falló por ocho horas. Los artistas son así.

Y mientras Joche viaja y en Los Palmitos y el mundo cantan sus porros, cumbias, villancicos y vallenatos, aún no se hace el balance de una nutrida carrera musical, que deja sembrada en hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, yernos, hermanos y primos. No deja a los hijos que dejó Diomedes Díaz, pero la prole es como una escuela vital, familiar, porque El Gobierno no hace esos procesos por acá. Las dinastías son familiares. Y se dan en la economía, la música o la política.

Lisandro fue velado en Sincelejo con la nota de dos reyes sabaneros, Freddy Sierra y Felipe Paternina, mientras Joche Meza estaba dirigiendo la avanzada del grupo, que ya iba en camino a Antioquia. A cada canción se sentía el efecto ambiguo de dolor y gozo por el deber cumplido, entre dolientes y amigos.

Lisandro era un patriarca que aún en el ataúd parecía controlar la situación. Estaba intacto y rígido, en esa caja definitiva, que parecía aprisionar su piel cetrina, sus bigotes, su cara aporreada por los años, sus labios. Dormía en una cumbia del amor. Tenía el guayabo de la ye. Reposaba en el 24 de diciembre. Pensaba quizás en la morenita del Sinú o en María Almanza. En silencio emitía un saludo. Tenía puesto un Liqui Liqui sin cuello, kaki, esmeradamente planchado, como si todo se hubiera preparado. No parecía muerto. Sólo estaba muy serio. Seguía mandando en su silencio. Era una pieza que le gustaba, como la guayabera a Gabo. Según Joche Meza, el vestido lo había traído de los Llanos Orientales.

Lisandro impuso muchas cosas modernas en su proyecto musical. Vestía impecable. Sus carátulas fueron de avanzada, de un macho Man de toda América. Le gustaba el oro. Tenis una especie de ancla en la muñeca que a veces naufragaba en la sencillez del hogar, cuando estaba en Los Palmitos, su tierra natal.

La niña Luz era la que le recordaba sus prendas, cuando iban a entrevistarlo, porque en casa estaba liviano, en chanclas y en pantaloneta.

Precisamente el viaje de Joche Meza a la región de Antioquía, donde actuará por noche, llevaba doble nostalgia. En esas tierras Lisandro Meza, tocó por última vez, el pasado 6 de enero, después de haber superado una isquemia cerebral durante la pandemia. Joche Meza vivía en Barranquilla y se mudó para Los Palmitos para acompañar a sus padres.

Lisandro había sufrido varios accidentes que lo tenían achacoso. Uno de ellos fue en una Discoteca en el Ecuador. Cayó de un tercer piso y se fracturó la mandíbula en varias partes. Una varilla casi lo degolla. Pero Lisandro era un roble. Como no podía tocar, algunos de sus hijos tomaba el acordeón y él cantaba. Especialmente tocaba “Chane”, su hijo mayor, el más aventajado, para Lisandro el mejor acordeonista del mundo.

Lisandro llevaba ocho años sin tocar el acordeón, pero seguía siendo el maestro que aún en el silencio, con una mirada o un silbido, daba instrucciones.

Aquella vez venía de Barranquilla para Los Palmitos en su camioneta. Había llovido. La carretera estaba lisa. Manejaba uno de sus hijos. Una mula cerró el camino antes del Piñal y la camioneta se llevó una cerca en una cuneta. El maestro fue el más golpeado. Casi pierde su brazo derecho.

Joche Meza, confiesa que no le gustaba el acordeón. Lo suyo era el estudio de grabación y la guitarra. Tomaba el rizado de vez en cuando. Solo se sabía cuatro temas de su padre. Fue cuando se presenta un concierto en Asunción, Paraguay. Lisandro cuadró las cosas. Irían por esa gesta.

Joche preparó un CD de muestra y se lo dejó a su padre con una de sus hermanas, con algo de duda, y se fue. Lisandro era un padre amoroso, de pocas caricias, como los de antes, duro a veces para expresar el cariño, de modo que al escuchar la muestra no salió a abrazar a Joche, pero se le salió una lágrima.

Sólo expresó una frase:

  • — Caramba, yo pensé que se iba a perder el estiló.
  • Y después, sin abrazarlo, sólo le dijo.
  • –Vas bien.
    Y le dios palmaditas.

Cuando Joche Meza se estaba abrochado el acordeón y vio que en Asunción habían 40 mil personas coreando el nombre de su padre, las piernas le temblaban. En medio de la primera canción los dedos se le encrespaban. “Chane” que estaba en el bajo y su padre al lado, le dieron la suficiente valentía para asumir el reto.

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Written by jucebo

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