“Huelen a cadaverina y siendo paisas hablan mal de su propia tierra; por eso no merecen vivir”. “Siguen ustedes, también los vamos a volar”. Esas son dos de las cientos de amenazas que recibieron los corresponsales de EL TIEMPO en Medellín a comienzos de 1990, cuando la guerra que le declaró Pablo Escobar al Estado no daba tregua.
Ser periodista en la capital paisa por aquella época significaba llevar una lápida en el cuello, pero era todavía más grave si se escribía…