En Tibú, un rincón del Catatumbo marcado por la violencia, Miguel Ángel López desempeñaba una labor que trascendía las funciones de su negocio. “Era como una especie de Cruz Roja con su funeraria”, recordó Jhon Jairo Jácome, docente y periodista que lo entrevistó en agosto de 2024.
Miguel no solo recogía cuerpos en lugares donde la muerte dejaba su huella; asumía tareas que la ausencia del Estado le imponía. Sus allegados lo recuerdan como un hombre querido por la…