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Operación Libertad: 20 años después

Operación Libertad: 20 años después

 

“Una orden de captura no se le niega a nadie”

La noche del sábado 27 de septiembre de 2003, fue la última que los quinchieños vivieron antes de que la historia de su pueblo se partiera en dos. Las escenas de temor dantesco que dos décadas después todavía narran con triste evocación en sus miradas algunos de los sobrevivientes, solo dejan asombro en quien escucha cómo se dio uno de los falsos positivos más cinematográficos que ha vivido Colombia.

 

Así como las escenas de aldeas asiáticas tomadas por los helicópteros estadounidenses y cientos de soldados en la Guerra de Vietnam, los casi 7.000 habitantes que para principios de la década del 2000 habitaban el casco urbano de la ‘Villa de los Cerros’ no daban crédito a lo que sucedía. Según los relatos, golpeaban con fuerza en los portones, se escuchaba desasegurar las armas y preguntar con nombre propio por algún integrante de la familia.

 

Volver al pasado para entender

El Ejército Popular de Liberación (EPL) nació como sus pares ELN y M-19 al calor de la expansión de las teorías marxistas y la presencia internacional de Rusia en el plano geopolítico. Así como en el presente, fueron varias las negociaciones con los presidentes de turno, una muy importante pero fallida con Belisario Betancur en 1984, pero a final de la década de los años 80, el grueso de sus militantes se desmovilizó y dieron paso a un grupo denominado por sus mismas siglas Esperanza, Paz y Libertad.

 

Pero las disidencias que nunca han permitido procesos completos y definitivos, porque tienen claro que la guerra es un negocio muy importante para muchos sectores de la sociedad, tampoco estuvieron ausentes de este proceso y escogieron para esconderse las montañas de Risaralda en límites con Caldas. Además, los comienzos de los hermanos fundadores de esta guerrilla son de proximidad geográfica a esta región y por eso el reducto se conoció con el nombre de uno de ellos, como frente Óscar William Calvo, quien encontró en alias Leyton su más temido representante.

 

Leyton secuestró al político Óscar Tulio Lizcano por muchos años y también dio la orden de retener a su hijo Juan Carlos, padre y hermano del hoy ministro de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones Mauricio Lizcano. Así las cosas, la joven población de escasos 100 años ya cargaba con el estigma de municipio guerrillero.

Quinchía nunca se cansó de marchar por ellos, ni de creer en su inocencia.

La Seguridad Democrática y la Justicia especializada

Para ese entonces era otro país muy diferente al de la actualidad. No existía el Sistema Penal Acusatorio, todo el poder judicial se concentraba en la Fiscalía, los jueces no legalizaban las capturas, solo se llegaba a ellos en la etapa de juicio y muchos eran ‘jueces sin rostro’ que hacían parte de la Justicia especializada. Álvaro Uribe llevaba poco más de un año en su primer mandato y cumplía con la seguridad vial que había prometido en su campaña para que las denominadas ‘pescas milagrosas’ de la guerrilla no tuvieran espacio. Mientras tanto otro antioqueño, Luis Camilo Osorio, ya contaba con tres años al frente del ente acusador.

 

Estigma y realidad

De noche, todos los gatos son pardos, se dice por ahí, y tal vez por eso pecó Jorge Alberto Uribe Flórez, más conocido en Quinchía, como el Gato. Uribe era uno de los dos candidatos  a la alcaldía para las elecciones de ese mismo año, pero todos sus contactos en los círculos del Partido Liberal no le sirvieron para prever lo que sucedería, aunque tiempo después se supo que varias personalidades pereiranas tuvieron conocimiento con anterioridad.

 

Se le pregunta al Gato, ¿cómo era el Quinchía de 2003? “Realmente en el pueblo sí había problemas de inseguridad por la presencia del Ejército Popular de Liberación, quienes patrullaban las veredas. Era un grupo grande, un poco más de 50 combatientes, y tenían azotada a toda la zona del 41, desde aquí hacían operaciones en Anserma, Riosucio, hasta el corregimiento de Arauca”.

 

Como si esto fuera poco, el señor Uribe hace referencia a otros actores armados: “Con el nacimiento de los paramilitares denominados Los Magníficos que entraron en conflicto con esta guerrilla, hubo el agravante de que cayó mucha gente que nada tenía que ver con el conflicto”. Los Magníficos era un grupo local de al menos 30 hombres que cometieron casi igual número de asesinatos entre 1988 y 1990 en los tres departamentos del eje cafetero. Cuando llegó el momento de la captura de los Magníficos, el EPL continuó, lo que dio pie a la presencia del Bloque Central Bolívar cacique Pipintá. 

El majestuoso cerro Batero, testigo silente de la ignominia contra su pueblo.

“En la campaña a esa alcaldía no pudimos hacer presencia en las veredas por la presencia de los guerrilleros, escasamente pudimos visitar tres o cuatro veredas en esa oportunidad”, recuerda el Gato. El candidato opositor de Uribe para esa contienda era Édgar Saldarriaga.

 

Hubo un hecho cercano que pudo haber sido la excusa perfecta para los señalamientos. Cuatro meses antes del oscuro septiembre de los quinchieños, el EPL masacró a tres policías que hacían un recorrido por la vereda San José.

 

¿Como candidatos, se pronunciaron ante la masacre? Jorge Uribe responde: “El proceso de Quinchía es algo eminentemente político, la gran mayoría de la Operación Libertad no teníamos nada qué ver con EPL, en el mismo expediente está consignado que un exalcalde estaba inmerso dentro del proceso y fue el que armó toda esa maraña con gobierno nacional, la Sijín, la Dijín y la Fiscalía, y empezaron a armar testigos falsos”.

 

Relatos de un oscuro amanecer

12 barrios componen el casco urbano de Quinchía, y si 20 años después una persona foránea lo percibe como pequeño, ni qué imaginar lo que era para el momento en que ocurrieron las capturas. Esa noche se llevaron a 120 personas acusadas en primer lugar de rebelión, lo que da a entender que en promedio se llevaron de seis a nueve personas de cada vecindario. 

 

Así recuerda el Gato la captura: “Tocaron y casi no abro la puerta, le cuento, porque yo tenía era miedo de la guerrilla, por lo que tenía propuesto en el programa de gobierno. No quise abrir y llamé al Comando, nadie contestaba, llamé al alcalde que también estaba amarrado, no me faltó sino llamar al cura. Al final abrí una hendija y vi que era un Hombre Jungla, hicieron requisa y me llevaron. Me encontré con el otro candidato que me echaba la culpa, y nos volvimos amigos allá encerrados”.

 

3:30 a.m. En la gran mayoría de las veredas se hacen los conocidos ‘festivales’, pero el remate de esa parranda fue en el Comando de la Policía. “Capturaron a todo el que apareciera, las órdenes de captura se hacían cuando llegábamos allá, fue un show mediático”, recuerda Uribe. Iban por rebelión, pero les ‘encimaron’ terrorismo, concierto para delinquir, la muerte de los policías, hasta “la muerte de todo el que apareciera por ahí, y nos metieron a Justicia especializada”, explica el político.

 

Una de las escenas más impactantes de este recuento la aporta Jorge Heladio Arroyave Martínez, un funcionario de la Umata (Unidad municipal de asistencia técnica y agropecuaria), quien ni siquiera estaba en Quinchía: “Venía de Pereira a las ocho de la mañana de ese domingo, en Acapulco había un retén; me informan por celular que en mi vivienda estaba plantada la Policía y que me estaban buscando, en el retén informé esa situación y ahí me detuvieron”.

 

¿Dado su cargo y las visitas a la zona rural llegó a interactuar con los guerrilleros en ese entonces? Él responde: “Me los encontré varias veces, claro; fueron tantos años trabajando en el campo y en una zona plagada de guerrilla; pero nunca entramos en diálogo, solo me preguntaban que hacia dónde iba y qué iba a hacer, de ahí no pasó”. Ese amanecer, cuando llegaron a buscarlo, en su casa solo estaban un sobrino, su esposa e hijo, no hubo maltrato físico para su familia, pero sí emocional. “A mi hijo, que en ese momento tenía cuatro años, le apuntaron con un arma larga”.

 

80 fiscales, el avión fantasma, 800 efectivos entre policía y ejército se necesitaron para dar el ‘golpe’ moral a esta comunidad. 

 

Al alcalde le encontraron unas sudaderas

Gildardo Trejos Vélez era el alcalde en propiedad, le faltaban solo tres meses para terminar su mandato. Él empezó a notar cosas que eran extrañas: “Mi escolta la componían dos policías que permanecían siempre conmigo y ese sábado de un momento a otro me los retiraron sin mayor explicación, y con el tiempo he podido comprobar que algunos comentarios que me hicieron sobre los vínculos de la administración departamental con esta toma tenían por lo menos un mes de anticipación”.

Gildardo Trejos jamás imaginó, ni en sus más aterradores pensamientos que algo como lo que vivieron sería bajo su gobierno local.

Él mismo como abogado suscribió oficios al Gobierno nacional para denunciar la presencia que hacía el grupo guerrillero en las veredas y de la que daban cuenta los campesinos, pero jamás recibió respuesta alguna a estas comunicaciones. “Eso nos preocupaba muchísimo, porque estábamos como a la deriva y abandonados por parte del Estado para respaldarnos haciendo presencia masiva”.

 

¿Usted cree posible una ‘Operación Libertad’ en uno de los municipios vecinos? “Considero que se enfocaron directamente en Quinchía, dado que los cabecillas tenían su asiento principal aquí, pero ellos suponían que todos éramos colaboradores, sin distingo de nada”. En aquel despertar se alzaron con concejales, candidatos, comerciantes, empleados del hospital, mecánicos, secretarios de despacho, cuatro guerrilleros reales, un invidente, campesinos, el comandante de Bomberos y varios borrachos. ¡Esa sí fue una pesca milagrosa!

 

Ser el mandatario de un municipio ‘rojo’, no es para nada fácil, “un muchacho que por ejemplo quisiera ingresar a la Policía, pero que había nacido Quinchía, ya estaba descartado, lo mismo de cualquier oportunidad laboral en las ciudades”. Esa madrugada, cuando llegaron por él, le dijeron que necesitaban que los llevara a la sede de la alcaldía, para los registros de allanamiento, pero las llaves siempre las guardaba su secretaria, así que también tuvieron que ir por ella.

 

“Buscaron y buscaron, revolvieron todos los libros y cajones, se pusieron muy contentos cuando encontraron unas sudaderas pensando que eran uniformes, pero eran para el grupo de los adultos mayores”. Ahora ríe, pero en ese momento las cosas no estaban nada fáciles para nadie. “Todavía había mucho teléfono fijo y empezaron a llamar que fuera a hablar por ellos porque la Policía los había cogido, y les dije: en las mismas estoy yo”.

 

Lo que es muy extraño es que “el alcalde es el jefe de Policía en el municipio y el responsable de la preservación y mantenimiento del orden público en el mismo”, pero la orden que dieron desde muy arriba se llevó por delante este concepto de la Sala de Consulta del Consejo de Estado 892 de 1996 y los uniformados atendieron otras órdenes.

 

Una anécdota más concluye el testimonio del exalcalde: “Cuando estábamos en ese cerco de vallas, alguien dijo: ese es el ‘Boquinche’, lo cogieron borracho en el festival. Todos aprovechamos para conocerlo, pero nos agachamos y miramos disimulados, porque qué miedo, ya se estaba despertando”.

 

Los militares, testigos – cómplices de la historia

A las 6:00 a.m. la gente se empezó a reunir afuera del Comando, y a pesar de lo pacíficos que se muestran los quinchieños, pues no hay registro de que la comunidad perturbara la acción de la fuerza pública, casi todos tenían familiares dentro y por eso empezaron a gritar que esos no eran.

 

Encerrados en vallas de la Policía quedaron revueltos hombres y mujeres, ya en el Comando de la Sur en Pereira, sí tuvieron celdas distintas y posteriormente fueron distribuidos hacia diferentes cárceles del país, y las mujeres para La Badea, en Dosquebradas.

 

En el presente, en tiempos de la JEP, se han escuchado miles de testimonios de soldados que cuentan en medio de lágrimas cómo se arrepienten, y otros tantos comentan que se vieron obligados a cometer actos de lesa humanidad; pues bien, en esta historia también hay un capitán del Ejército; aquí es necesario retornar al recuento del funcionario de la Umata, Jorge Heladio Arroyave.

Cuando Jorge Heladio recobró la libertad, lo primero fue su pequeño hijo, quien también se aferró a él en señal de que jamás se lo volverían a quitar.

¿Lo esposaron en Acapulco? “No, hicieron un par de llamadas y me hicieron varias preguntas: que si yo manejaba helicóptero, que si yo manejaba avión, me metieron en un vehículo en la parte de atrás en medio de dos policías y me trajeron hasta La Ceiba, aquí en Quinchía. Ahí fui entregado a un capitán, quien me trajo hasta el pueblo, él vio que la cosa no estaba bien”.

 

Un traslado de película se requirió para sacar a los señalados del pueblo, la caravana contó la detención completa del tráfico en Pereira, como si  en esos camiones se transportara a los extraditables. 

 

En ese momento empezó a salir la caravana, entonces, según el relato, se devolvieron con Arroyave, y como para salir de Quinchía había que pasar por su casa, se detuvieron allí. “Mi esposa y mi hijo estaban ahí parados y el capitán me dijo: dígale a su esposa que le pase ropa, que esto va a ser muy demorado. A mi vivienda había entrado un grupo muy grande de policías armados, comandados por un coronel que luego salió por la puerta de atrás de la institución por el escándalo de la ‘Comunidad del anillo’. ¿Cómo es posible que me saqueen la casa? ¿Cómo es posible que la orden de captura la hagan en la propia mesa de mi casa?”

 

Cuando volvieron a salir, el capitán nuevamente paró en La Ceiba, para esperar al resto de la caravana. “Se bajó y empezó a hacerme un poco de preguntas: ¿usted sabe por qué está aquí? No tengo ni idea, ¿usted qué presume? Debe ser un asunto político, porque estamos en campaña. Finalmente me dijo: usted no tiene ni idea por qué lo cogieron, ustedes no tienen nada que ver en esto, pero consigan un abogado porque esto va pa’ largo”.

 

El capitán dejó a dos soldados cuidándolo y se durmieron; cuando llegó, los regañó. Dice don Jorge: “Si ve, qué tal que este de verdad fuera guerrillero, ya los había matado”.

 

El tiempo en la prisión y la defensa de la inocencia

El proceso estaba en Bogotá, les tocaba mandar a un encargado cada tanto a que mirara en qué había cambiado el proceso. “Por ejemplo: los testigos falsos decían que yo me había reunido con Leyton en tal fecha, pero en mi agenda aparecía otra cosa, como reunión con la senadora María Isabel Mejía en La Virginia, ahí tenía cómo demostrar que esa tal reunión no había existido”, comenta el exalcalde Gildardo Trejos.

 

Jorge Arroyave dice: “En el caso mío dijeron que me habían hecho seguimiento por seis meses. En las fotos en el expediente que eran las pruebas que había sobre mí aparece mi moto parqueada frente a la oficina de la Umata y otra en donde la moto está parqueada al frente de mi casa. Según la investigación fui el último al que metieron en esa lista”.

 

Lo más indignante entre lo indignante de este ‘Teatro’ de operaciones fue haber involucrado a José de los Santos, un señor de avanzada edad e invidente que fue acusado de ser el campanero y explosivista del EPL.

 

Casi al mes de estar detenidos, ya habían desvirtuado todas las pruebas que tenía la Fiscalía, “sino que como era un proceso ‘hecho’, volvían y llamaban a los testigos, quienes utilizaban el se dice, al parecer, posiblemente, y otros genéricos, pero cuando dieron fechas concretas, nos dieron la oportunidad de defendernos y demostrar que era mentiras, con reportes de la Dijín y la Sijín sobre dónde habíamos estado realmente, con fotos y todo”, recuerda Uribe.

 

El exalcalde Trejos, como abogado, se dio a la tarea de leer todo el expediente, su hijo ya estudiaba también derecho: “Vaya sorpresa de que nos catalogaban a toda la comunidad como colaboradora de la guerrilla. Ellos creían que la guerrilla se entraba al parque y conversaba con el alcalde. Guie a los demás para el proceso jurídico, les dije busquen a este; es más, les expliqué que conforme a ese expediente, los tiempos daban para quedarnos en prisión por lo menos dos años, y hasta se enojaron, no me creyeron”.

 

El Gato habla del caso: “Sabíamos que no era fácil tumbarle un proceso a un presidente de la República con su Fiscalía; Álvaro Uribe necesitaba lo de Quinchía, porque a los poquitos días se fue para Estados Unidos a mostrar resultados para recibir apoyo económico por la lucha contra la guerrilla. Era una lucha de David contra Goliat”.

 

“La única labor de ‘inteligencia’ que hicieron fue venir a mirar en la Registraduría las cartillas decadactilares, pero llegaron ya con la lista de los que iban a detener para confirmar las identidades, porque un día me dijeron: vea hay una gente muy rara por ahí”, resume Gildardo Trejos.

 

“Allá uno empieza a concientizarse de cuál es la realidad del país. La mafia política es más brava que la mafia del narcotráfico. ¿Cómo es posible que después de habernos capturado, nosotros estábamos en calabozos y el presidente en Estados Unidos diciendo ‘Acabé con la guerrilla del EPL en Colombia’”, aporta Jorge Arroyave a este recuento.

 

El doctor Perches Giraldo apoya la versión de don Jorge Alberto: “Hacíamos Tutelas y Hábeas Corpus, pero todo lo negaban”, por eso a los tres meses se relajaron y se pusieron a jugar parqués. ¿Qué más hacían?

 

¿Quiénes eran esas detenidas?

Entre el grupo de mujeres había dos jóvenes a las que nadie conocía, y en el fondo sí tenían qué ver en el asunto, afirma Arroyave: “Ellas estaban en el calabozo en el que a mí me tocó. A partir del tercer día empezaron a ir todas las noches por ellas, se las llevaban a eso de la medianoche y volvían a las 3:00 o 4:00 a.m. Nosotros estuvimos en el calabozo como 12 días, pero al día nueve las muchachas no volvieron a aparecer”.

El doctor Giraldo corrobora esta afirmación: “Se conoció que eran dos hermanas menores de edad que efectivamente eran guerrilleras, pero se convirtieron en testigos clave de la Fiscalía y no les imputaron cargos”. Las víctimas comentan que a ellas nadie las visitaba, nadie les llevaba nada.

“Nosotros les decíamos a nuestras familias que les llevaran alguna cosa. Lo que yo entendí era que se habían infiltrado en el Ejército, pero resulta que leyendo el expediente, estas niñas habían hablado de todos nosotros, entonces para defenderse, la más joven dijo que sabía de mí, porque la hermana le contaba, y cuando le preguntaron a la hermana dijo que no tenía idea de quién era yo, y todo eso fue lo que le presentamos al juez”, puntualizó Arroyave.

 

El Veredicto final

“Cuando nos acusaron, la Fiscalía de Bogotá que fue la que montó todo ordenó que el juicio nos lo hicieran allá, claro, porque así ellos podían manipular más las cosas, pero gracias a Dios, la Corte Suprema de Justicia negó esa petición, porque dijo que el juicio tenía que hacerse en el lugar donde sucedieron los hechos. Entonces nos trajeron a Quinchía y según indicios, el fiscal seccional le dio orden al fiscal local de que sustentara la acusación en contra de nosotros”, recuerda Arroyave.

 

Por fortuna para los detenidos, el fiscal local llevaba mucho tiempo y estaba a dos meses de la pensión. Ninguno de los testigos que acusaban hizo presencia. Como explica el abogado Giraldo: “Les quedaron mal y no les pagaron, es más, hubo un testigo que tenía orden de captura y fue y atestiguó allá a la Fiscalía e hizo supuestamente reconocimiento y nunca lo detuvieron a pesar de la orden de captura, entonces como les quedaron mal con el pago o con la protección en Estados Unidos, nunca aparecieron”. 

 

Don Jorge fue quien tuvo que ir a juicio, y relata: “Nosotros hicimos la defensa ante el fiscal con una abrumadora cantidad de evidencia y de contradicciones del proceso. Es más, me di el lujo de armar un documento y ese día lo abrí al azar para sustentar la defensa ante el juez; dije: sobre lo que hable ahí me voy a defender, porque es tanta la seguridad y es tan grande la mentira que esto se cae por cualquier lado, y hablé tanto que el juez Manuel Antonio Marín, me interrumpió y me dijo: ‘suficiente ilustración’”.

 

Para ese juicio, don Jorge Arroyave fue llevado en dos ocasiones a la Villa de los Cerros. En la segunda, le tocaba sustentar la acusación al fiscal Humberto González Bonilla, quien lloró, y a nombre de la Fiscalía, les pidió perdón y le solicitó al juez la libertad inmediata. “El tribunal de Fiscalía en segunda instancia otorgó la libertad y precluyeron todos los procesos, porque se comprobó que nada teníamos que ver, y por eso vinieron las demandas contra el Estado, más de 60 demandamos”, comenta Jorge Uribe.

 

El papel fundamental de la prensa

“La prensa nos ayudó mucho, nos dieron páginas completas, porque después de tener todo claro vimos que eso no llevaba a ningún término. Eso presionó tanto que aceleró nuestra salida”. 

 

Efectivamente, así lo recuerdan los periodistas que ahora también son parte de un momento de la historia de Risaralda, como lo es Hans Lamprea, quien era el redactor judicial del Diario del Otún.

 

¿Usted cómo se dio cuenta? “Hay algo muy chévere de esa época y María Eugenia, se debe acordar. Nosotros teníamos de cómo filtrar información con la Policía, nos enteramos del operativo y alguien de prensa de la Institución, tengo que admitirlo, muy cercano, me dijo: ‘hay una Operación muy grande en Quinchía, no le puedo contar más’”.

 

Lamprea empezó a averiguar y se enteró que efectivamente había helicópteros de la Policía y del Ejército, todos los grupos especializados: “Eran los Emcar (Escuadrones Móviles de Carabineros) que eran grupos contraguerrilla estaban en Quinchía y que según la información que tenía habían golpeado toda la estructura del Ejército Popular de Liberación en la zona”.

 

Este periodista recuerda que la Policía, en medio de la presión de los medios, les permitieron tomar las fotos en lo que hoy es el Comando de la Meper, que estaba recién construído y quedaba toda la Policía Risaralda, los sacaron a un lugar y ahí pudieron verlos.

 

“Fue una operación gigantesca que uno dice ¡wow! porque cuando llegamos a Quinchía, los hombres Jungla caminaban por ahí, los helicópteros sobrevolaban. Salieron con todo el montaje institucional”, rememora Hans.

 

Los relatos de las familias fueron otra situación muy importante, porque siempre rechazaron la Operación. “Creo que ha sido la intervención más grande en Risaralda, porque había más policías que población. Los humildes familiares de muchos campesinos que cayeron, se volvieron las fuentes cuando empezaron a mover a los detenidos y los procesos con los capturados, porque la información por parte de las autoridades fue muy cerrada”.

 

Cuando fueron trasladados a ‘La 40’, los detenidos empezaron a llamarlo, ya que era el periodista referente nacional, porque también trabajaba para el noticiero CM&. “Ellos hacían vaca y me marcaban al celular, me decían ‘vea tenemos esta información, hágale seguimiento a este caso, tenemos la historia de tal persona para que se hable con la familia y eso facilitó mucho el trabajo en medio de la desinformación de la autoridad, porque ellos hablaban de un amplio prontuario y si usted mira hoy era una hoja de vida totalmente montada en la que había cosas que las familias desvirtuaron totalmente con pruebas con lo que empezamos a manejar los informes en El Diario”, dijo el periodista.

 

Para concluir, Hans Lamprea deja la anécdota del día que recobraron la libertad: “Eso fue impresionante, yo creo que ellos para ir de la puerta de ‘La 40’ a los vehículos, se demoraron más de dos horas mientras todos los abrazaban. Recuerdo que hasta terminamos peleando entre colegas, empujándonos, porque no nos podíamos acercar a ellos”.

 

Un preso elegido alcalde

En la penitenciaría ‘La 40’, el patio R es para funcionarios y anteriormente era el 3; allí, al tiempo que buscaban pruebas para desmentir el falso positivo masivo, la campaña por la alcaldía de Quinchía también siguió, y al mes de la detención se conoció que Jorge Alberto Uribe Flórez ‘el Gato’, del partido Liberal, había ganado la alcaldía con 5.985 votos a favor, una de las más altas registradas en ese municipio del nororiente de Risaralda. 

Así se vivió el recibimiento de el Gato, como alcalde municipal.

Perches Giraldo, contralor municipal de Pereira, para ese entonces era abogado de confianza de los políticos inmiscuidos en este problema. “Recuerdo muy bien que el Inpec no quería que la posesión fuera en el patio, pero tampoco lo querían dejar salir, y tuvimos que hacer un Derecho de Petición, y después encontrar a un notario que trabajara un primero de enero, para que no le declararan vacancia en el cargo”.

 

20 personas asistieron a esa atípica posesión, comieron un trozo de torta y el Gato retornó a su jaula. 19 meses más tarde pudo salir en otra caravana muy diferente rumbo a su pueblo. La Gobernación, que ya había cambiado, nombró en provisionalidad durante ese tiempo a Jairo Ospina, el tímido alcalde que se atrevió a preguntarle al fiscal Luis Camilo Osorio en una reunión en Pereira si faltaba mucho para la liberación de los quinchieños, atrevimiento que lo enervó, y fue el principio del fin de las detenciones.

 

Se fue el EPL de Quinchía

Al recobrar la libertad que le quitó la operación militar con el mismo nombre. El Uribe de Quinchía, paradójicamente víctima del gobierno del otro Uribe, a quien le había copiado un programa que denominó ‘Quinchía Vive’ el cual lo plasmó en el Plan de Gobierno y pasó al Plan de Desarrollo: “Arrancamos con comunidad, Gaula, Ejército y Sijín, y logramos, en una tarea muy difícil, hablar de verdad con la gente, porque usted puede tener mil efectivos, pero si no tiene el apoyo de la comunidad nada puede hacer”.

Los habitantes de las veredas empezaron a reportar y a reportar la presencia del grupo armado y el Gaula a hacer operativos, explica el Gato; así lograron dar de baja a gran cantidad de ellos, y por último, los 12 que quedaron se entregaron, pagaron y hoy están libres.

 

Cifra

15 de los detenidos ya han fallecido.

 

Tiempo de perdón ¿y olvido?

“Cuando salí de La 40, lo primero fue recuperar la noción de tiempo y espacio que había perdido. Lo primero era ubicación, después ir a Buga, recuperación de unos días y a ocuparme de la alcaldía”.

 

Arroyave recuerda que su hijo lo miraba desde lejos, (se le entrecorta la voz): “Yo le decía que tranquilo, que yo volvía después, y pasaron 20 meses”. Ese niño ahora es abogado. Sí tiene recuerdos, y su padre dice que tiene un concepto bastante fuerte de la clase política, que  es un joven con mucho criterio, pero mínimamente hablan del tema. “Cuando volví regresé a la Umata, pero la administración municipal que estaba encargada había creado una dependencia nueva, y me mandaron en encargo, duré poco tiempo, renuncié y me fui para Pereira”.

 

Don Jorge Heladio cree en las instituciones, más no en muchos de sus representantes, sin desconocer que hay gente, como él dice ‘muy parada’, “porque en este país para hacer justicia hay que estar parado”.

 

Sobre creerle a la institucionalidad y a quienes imparten justicia, el exalcalde Trejos opina: “Es difícil pero no imposible, conforme va pasando el tiempo eso va amainando, y ya por ejemplo a estas alturas poco me acuerdo de eso, pero los primeros años después de haber salido fue muy difícil”.

 

Los quinchieños sintieron mucha tristeza, porque tenían puesta la esperanza en que la Seguridad Democrática les quitara el suplicio de la guerrilla, pero esos anhelos se desvirtuaron completamente. “Hoy vemos la realidad, combatieron una guerrilla a la que realmente no combatieron. Lo mismo pasó en todo el país, lo único que hizo el presidente Uribe fue cuidar las vías. ¿Dónde está la disuasión de los grupos armados como las guerrillas? ¿Dónde se vio realmente reflejado? Vea todos los muertos que hicieron pasar como guerrilleros aunque no lo eran. La seguridad democrática tuvo el eco equivocado en algunas personas que lo utilizaron para que fuera abuso”.

 

“Hechos tan dolorosos como cuando ese mismo niño de cuatro años iba a visitarme a la cárcel y a la hora de irse se pegaba de las rejas, porque se quería quedar con el papá, explicarle que no se podía, y oírlo decir: ‘Papi, yo me meto debajo de la cama para que no me vean’. Son situaciones que a uno lo marcan, y eso no se olvida nunca. Uno podrá sanar heridas, pero en el fondo quedan las cicatrices, el que diga que eso se olvidó miente”, resume Jorge Heladio Arroyave.

 

La libertad se conoció por medio de otro privado de la libertad de un patio contiguo, quien apenas escuchó en una emisora que los detenidos de Quinchía quedaban libres se escabulló para ir a contar la noticia. Era agosto de 2005, 

 

Finalmente, se le consultó al Gato sobre cómo afronta encontrarse en un pueblo tan pequeño, cada tanto, con la persona que urdió toda la trama, y responde: “Uno tiene que sanar heridas, y más nosotros como políticos, con mayor razón”. Después de ser liberado, la alegría lo estaba esperando desde Anserma, era una caravana inmensa que lo acompañó para entrar a Quinchía.

 

Las diferentes alcaldías de Quinchía han desarrollado procesos, desde la Secretaría de Desarrollo Social en la que se cita a la comunidad para hacer retroalimentación de lo que se vivió. 

 

El Derecho al revés

El artículo 90 de la Constitución de Colombia, incorpora al ordenamiento jurídico colombiano la cláusula de la responsabilidad extracontractual del Estado que tiene como fundamento la determinación de un daño antijurídico producido u ocasionado a una persona, y la imputación de este al Estado y demás entidades públicas tanto por la acción, como por la omisión de las autoridades públicas, de cualquiera de los poderes públicos, órganos autónomos e independientes o particulares en ejercicio de funciones públicas, lo que incluye, sin duda, aquellos daños generados por el ejercicio o con ocasión de las funciones judiciales, en especial cuando en ejercicio y ocasión de dichas funciones está de por medio la libertad de las personas.

 

Los cálculos conservadores señalan que, por el error cometido por la justicia en este caso, la Nación llegó a pagar por lo menos unos $12.000 millones de pesos en indemnizaciones. La sentencia del Juez Segundo Administrativo de Pereira, podía ser apelada por la Fiscalía ante el Tribunal Administrativo de Risaralda.

 

Desde la Escuela Judicial Rodrigo Lara Bonilla en 2020, el doctor Jaime Orlando Santofimio Gamboa, hizo para el Consejo Superior de la Judicatura un completo estudio sobre este tema al que denominó ‘La responsabilidad patrimonial del Estado por privación injusta de la libertad’, en el que se especifica que:

 

“Este específico tópico interesa, pero en su versión negativa, esto es, en los eventos en que la libertad es restringida, limitada de manera injusta por el aparato judicial del Estado, surgiendo en consecuencia la necesidad de imputar al Estado esas conductas cuando las mismas pueden provocar daños antijurídicos, para efectos de obtener por las víctimas la reparación integral que corresponda”. Entregándoles así a las víctimas el derecho a demandar.

 

La Operación Libertad fue en sí misma un despropósito tal que cabe en tercer lugar otro principio: ‘La aplicación plena de la presunción de inocencia y del principio in dubio pro reo como sustento de la responsabilidad’. Todos los colombianos debieron asumir económicamente el error del Gobierno de Álvaro Uribe, sin contar el valor de la Operación como tal, la activación del aparato judicial y el costo de la estadía de estas personas en los penales.

 

“Cuando el proceso penal termina con sentencia absolutoria (o preclusión de la investigación) y opera por equivalencia la aplicación del in dubio pro reo, pese a que en la detención se hayan cumplido todas las exigencias legales, ya que se entiende que es desproporcionado, inequitativo y rompe con las cargas públicas soportables que una persona en el Estado Social de Derecho debe asumir, máxime cuando se compromete el ejercicio del derecho fundamental a la libertad.

 

En este cúmulo de sufrimiento que significó todo esto, hay un espacio para recordar la memoria de aquellos que fallecieron en prisión, que fallecieron sin recibir la indemnización correspondiente y a de los demás que en vida soportaron el oprobioso señalamiento.

 

Dato

Entre 19 y 22 meses estuvieron privadas de la libertad estas personas. A juicio solo llegaron cuatro.

 

Mantener la memoria de los sucedido entre las nuevas generaciones, es un trabajo que ha hecho un grupo de mujeres, se creería son las mismas que revisando las memorias plasmadas en el Informe de la Comisión de la Verdad, narran con dolor desde el anonimato cómo llevaron la peor parte, al quedarse sin el sustento económico de sus familiares.

 

Cifra

80 veredas repartidas en 4 corregimientos tiene la ‘Villa de los Cerros’.

 

¿Qué recuerda usted de la Operación Libertad?

Laura Viviana Robledo – habitante de Quinchía

“Es un recuerdo bastante doloroso, lo peor, lo de las veredas, porque los aviones y los helicópteros del gobierno empezaron a sobrevolar el municipio más o menos desde las cuatro de la mañana y se entraron por los campesinos. Marcó a Quinchía para la historia, aunque no tenía familiares entre los detenidos”.

 

William de Jesús Tapasco – habitante de Quinchía

“Yo tenía por ahí unos 25 años. Sufrió mucho el pueblo y quedamos con muy mala reputación hacia otras partes, porque no solo lo sufrieron los detenidos y los familiares en otras partes. Fueron tiempos duros económicamente, se llevaron a muchos campesinos y nosotros dependemos del campo”.

 

Neuridio Vinasco – habitante de Quinchía

“Le cuento, recuerdos muy tristes de ese domingo. Yo era gerente del Hospital y tenía planeado ir a Pereira a jugar un partido de fútbol amistoso cuando me llamaron que no se podía entrar ni salir de Quinchía, que estaban deteniendo gente. Cuando dejaron visitar a los quinchieños en la romería iba yo cada ocho días a visitarlos, al vejamen de ir a La 40 y desnudarse uno y dejarse tocar por todos lados, cuando lo único que llevábamos era comida para nuestros paisanos. Todos muy allegados, porque somos como una familia”.

 

Ruth Albany Suárez – Habitante corregimiento de Naranjal

“Lo que todos nos preguntábamos era ¿Por qué? No hablamos mucho de eso, se quedó así cuando dijeron que eran inocentes, por ejemplo nunca les he contado a mis niños sobre eso”.

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Written by jucebo

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