Yakarta. Ese es el nombre del bar y cafetería que está en la Plaza Elíptica de Madrid, frente al cual hay diariamente un grupo amplio de personas que observa fijamente los vehículos que pasan por la avenida. Cuando se aproxima una furgoneta, muchos se acercan a ver si llega la oferta de un oficio que les permita hacer lo de la jornada.
Basta escuchar los acentos para darse cuenta de que se trata de migrantes en busca de trabajo a destajo. Un buen número son colombianos, varios recién llegados a la capital española con el único propósito de sostenerse y mandar algo de dinero a la familia que dejaron atrás.
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Son incontables los que han pasado por algo similar en múltiples latitudes. Algunos acaban devolviéndose tras múltiples sinsabores, pero la mayoría logra quedarse gracias a una mezcla de voluntad, habilidad y suerte.
Y cada uno aprende eventualmente a hacer un giro que, dependiendo del lugar, sale de un puñado de dólares, euros, libras esterlinas o pesos chilenos, para solo hablar de unas pocas monedas. Cuando todos esos despachos se juntan, la suma es lo suficientemente grande para influir en la suerte de una economía.
Así ocurre en Colombia. El viernes pasado el Banco de la República reportó que, en mayo, por primera vez en la historia, el monto de remesas registrado llegó a 960 millones de dólares. Con un acumulado de más de 4.600 millones de dólares en los primeros cinco meses de 2024 –casi 13 por ciento más que en el año precedente– es muy probable que para diciembre se haya roto el récord anual de 10.090 millones establecido en 2023.
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Semejante cantidad hace que, en términos prácticos, el segundo renglón de las exportaciones colombianas sea gente. Tan solo la venta de petróleo y sus derivados genera más divisas para el país. Pero lo que envían aquellos que viven en el exterior supera ahora la facturación del carbón, al igual que de todo el capítulo de productos agropecuarios o de bienes manufacturados.
Y ese ingreso resulta fundamental para sostener el consumo interno. Según el área de investigaciones económicas del Banco de Bogotá, el año pasado el valor de lo recibido ascendió a 43,5 billones de pesos, equivalentes a algo menos del tres por ciento del producto interno bruto (PIB). Casi uno de cada cinco hogares a lo largo y ancho del territorio nacional se sostiene parcialmente de lo que le mandan sus familiares que residen afuera de las fronteras.
Una mirada a lo que sucede en el planeta muestra que formamos parte de un amplio grupo de naciones para los cuales las remesas son claves. De acuerdo con un informe del Banco Mundial que acaba de salir a la luz pública, el flujo de recursos por este concepto para los países de menor renta relativa llegó a 656.000 millones de dólares en 2023.
Dicha cantidad superó con creces los 382.000 millones provenientes de inversión extranjera directa o los 256.000 millones de dólares de ayuda para el desarrollo. Es incuestionable que la realidad global sería otra de no existir esta especie de línea intravenosa que permite sufragar la compra de alimentos, la vivienda o la educación de tantos.
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Según cálculos de las Naciones Unidas, el número de migrantes internacionales es de al menos 302 millones de personas. Los principales países receptores son, en su orden, Estados Unidos, Alemania, Arabia Saudita, Rusia y el Reino Unido, mientras que aquellos con mayor diáspora son India, México, China, Siria y Bangladés. En épocas recientes, Ucrania y Venezuela empezaron a aparecer en los primeros puestos de los listados.
En cuanto a recursos, Asia recibe la tajada más grande con cerca de las dos terceras partes, seguida por América Latina con 155.000 millones de dólares. Para India esto representó 120.000 millones el año pasado, mientras que en el caso de México la suma fue de 66.000 millones de dólares.
Quizás más significativo todavía es lo que esas transferencias significan para países más pequeños. En la isla de Togo, en el Pacífico sur, dicha proporción es del 41 por ciento de su PIB, mientras que en Tayikistán –que perteneció al bloque soviético–asciende a 39 por ciento. Y en Latinoamérica los datos para Nicaragua, Honduras y El Salvador son 27, 26 y 24 por ciento, respectivamente.
Tras el impacto que significó la pandemia, pues en 2020 tuvo lugar una reducción en los totales, la recuperación fue rápida. Mucho está relacionado con el comportamiento del mercado laboral estadounidense, en donde el desempleo está cerca de mínimos históricos.
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Europa también repunta de la mano del auge de renglones como el turismo. Por el contrario, la realidad del Medio Oriente es menos buena debido a los vaivenes en el precio del petróleo y las preocupaciones en torno a la seguridad en la zona que influyen sobre segmentos que demandan mucha mano de obra como la finca raíz.
Lo que no disminuye es el ánimo de buscar suerte en otras tierras. Más allá del aumento de la xenofobia y del surgimiento de los partidos de extrema derecha que en el hemisferio norte prometen a sus electores limitar o incluso expulsar a los extranjeros, la demanda de brazos persiste.
Más de un dirigente sabe que con una demografía que cae en picada, la única manera de garantizar la subsistencia del estado de bienestar y el pago de las pensiones de los jubilados actuales y futuros es suplir el faltante con gente de otros lados. Múltiples trabajos académicos confirman que lejos de ser una carga, los que llegan pagan impuestos y vienen con un ánimo de emprender que supera al de los locales, porque su objetivo es salir adelante.
Ya sea en labores que exigen esfuerzo físico, paciencia o se realicen en entornos difíciles, las plazas disponibles existen. Muchos se acomodan mientras otros son explotados y no reciben ni siquiera el salario mínimo legal, para no hablar del cubrimiento en salud.
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Aun así, el propósito de migrar es alto en buena parte de los cinco continentes, como lo indican las encuestas. En la decisión de dejar la tierra propia influye otro elemento. La ONU estima que al menos 50 millones de personas han sido desplazadas de sus países por cuenta de guerras y conflictos, sin contar que el crimen y la violencia cotidiana conducen a muchos a buscar espacios más seguros. Hacia adelante, el cambio climático será otro elemento que se traducirá en movimientos de poblaciones enteras.
Dado que los números aumentarán, hay expertos que se preocupan por diversos temas. Uno consiste en disminuir el costo de las transferencias, que es del 6,5 por ciento en promedio en los países más ricos, según el Banco Mundial. Si la cifra se extrapola al resto, eso quiere decir que más de 40.000 millones de dólares anuales se quedan en los bolsillos de los intermediarios.
Otro más es obtener que un flujo tan grande sirva para impulsar el crecimiento sostenido en las naciones receptoras. Cómo conseguir que lo que hoy se gasta acabe convirtiéndose en inversión productiva, así sea en una proporción pequeña, es un enigma que en general nadie ha logrado resolver del todo.
Tales inquietudes son muy similares a las que de tiempo en tiempo aparecen en Colombia. Sin desconocer que la historia de nuestros flujos migratorios es larga e incluye los movimientos que se vieron hace décadas hacia Venezuela, Estados Unidos o Ecuador, los números actuales no tienen precedentes, pues en apenas ocho años los ingresos se duplicaron y son unas siete veces más grandes que al comenzar el siglo.
Claramente, el auge de los últimos tiempos está relacionado con un alza importante en el ritmo de salidas netas de colombianos. De acuerdo con las cifras oficiales, entre 2022 y 2023 habrían emigrado cerca de un millón de personas, atraídos principalmente por las oportunidades en Norteamérica y Europa.
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Por ejemplo, el desempleo estadounidense es apenas del 4,5 por ciento para la comunidad hispana, lo que representa un mínimo histórico. La travesía es difícil, especialmente para aquellos que atraviesan la línea limítrofe con México a pie, un filtro que ahora es mucho más difícil de pasar.
Pero los que pudieron entrar reportan que encontrar una ocupación no toma tanto tiempo, especialmente si hay contactos que allanan el camino. Aunque no hay cifras consolidadas, las referentes a aprehensiones y censos migratorios del lado norte del Río Grande muestra que la colombiana es una de las cuatro poblaciones más grandes.
A su vez, el magnetismo de la Península Ibérica es notorio. Según el Instituto Nacional de Estadística de España, los nacidos en Colombia y empadronados (residentes) en ese país ascendían a 715.655 al cierre del primer trimestre de 2023, casi 300.000 más que en el mismo periodo de 2019.
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Desde entonces, los datos preliminares muestran un aumento adicional de unos 160.000 individuos en tierras españolas. De hecho, los colombianos ocupan el primer lugar en los flujos migratorios recientes, por encima de marroquíes, venezolanos, peruanos o argentinos.
Ante tales registros, no resulta sorpresivo que los giros provenientes de Estados Unidos representen el 52 por ciento del total y los de España, un 15 por ciento adicional, estos últimos con una tasa de crecimiento mayor. En contraste, los que siguen en el ranking: Chile, Panamá, Ecuador y Argentina se han contraído. Otros destinos en auge son Canadá, Australia y el Reino Unido, con un incremento conjunto del 8 por ciento al cierre de marzo.
Respecto a las familias que reciben el dinero, la porción más alta corresponde al Valle del Cauca, con una cuarta parte; seguida por Bogotá y Cundinamarca, con 17 por ciento; Antioquia, con 16; y el Eje Cafetero, con 9 por ciento. Aparte de esa concentración, la plata llega a la gran mayoría de municipios del país, en transacciones individuales que oscilan alrededor de los 200 dólares.
¿Cómo se traducen esos dineros en poder de compra? La respuesta es que depende del comportamiento de la inflación y de la tasa de cambio. Para el Banco de Bogotá, cada cien pesos de aumento anual promedio en el valor del billete verde representan un billón adicional de ingresos nominales para los hogares beneficiarios de las transferencias, si los niveles observados se mantienen.
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Nadie puede asegurar que así será. En la ecuación de las remesas influyen la salud de las economías donde viven los colombianos que se fueron y el ánimo de ayudar a los que se quedaron atrás.
Por ejemplo, los estudios notan que hay un componente contracíclico. Cuando la situación se vuelve más compleja en Colombia, ya sea por cuenta del desempleo o de la carestía, aumenta el volumen remitido. De otro lado, una mayor devaluación hace más atractiva la compra de finca raíz a la distancia.
Sea como sea, esta es una realidad que no se puede desconocer. Es por ello que desde hace tiempo diferentes gobiernos han buscado tender puentes con la comunidad migrante.
Uno de estos esfuerzos es el programa ‘Colombia nos une’, a cargo de la Cancillería, ahora enfocado en la convocatoria de una Mesa Nacional de la Sociedad Civil. Buenas intenciones aparte, el riesgo es que este tipo de ensayos acabe volviéndose una herramienta política de la administración de turno, en lugar de un vehículo para aprovechar el potencial de quienes viven en otros lugares.
Para quien se fue, las exigencias usualmente son más simples y comienzan con que los consulados operen bien y que el costo de hacer una transferencia se reduzca. Esa debería ser la condición básica para que las remesas aporten todavía más. Y que quienes se fueron un día puedan sembrar el progreso en la tierra que los vio nacer.
PORTAFOLIO
*Con información de EL TIEMPO – ECONOMÍA