A sus 45 años, Justiniano Salazar tomó una de las decisiones empresariales más arriesgadas de su vida: vendió todos los cultivos agrícolas a los que durante años les dedicó esfuerzo y sudor junto con sus padres y luego con sus hijos, para dedicarse a cultivar cacao.
Pasar de una tradición agrícola variada a un monocultivo era una jugada que podía hacerle perder mucho, y no solo a él, pues el peso de sus decisiones podía aplastar décadas de trabajo familiar. Pero no fue así,…