Viven en la basura y subsisten de la basura.
El sol comienza a calentar. La brisa a orillas del río Magdalena es poco agradable por el hedor de toneladas de basuras mojadas en descomposición; aun así, Ruby Salgado comienza a trabajar.
Como otras mujeres y hombres, vive del reciclaje que saca del basurero La Concepción. De contextura delgada, vestida con jeans, camisa manga larga azul, gorra roja y botas pantaneras blancas, apila siete sacos llenos de botellas de vidrios que espera “vender rápido para comprar comida”.
La vida de quienes habitan en este asentamiento de Soledad, carrera 15 con calle 36, tiene como epicentro el megabasurero que, sin control ambiental ni autoridad municipal alguna, ha crecido por 30 años. Hoy ocupa 7.8 hectáreas -78.000 metros cuadrados- equivalentes a 128 canchas de microfútbol.
Como lo informamos en Emisora Atlántico y Zona Cero.com, a través del Auto 765 del 3 de octubre, la Corporación Autónoma Regional del Atlántico inició un proceso sancionatorio contra la Alcaldía de Soledad, en cabeza de Rodolfo Ucrós, por no comenzar las acciones ordenadas para “la clausura, recuperación ambiental y social y la erradicación definitiva del basurero”. En 2021, allí hubo un prolongado incendio por la combustión del gas metano almacenado bajo miles de toneladas de desechos sólidos descompuestos.
Por hechos peligrosos como el que vivieron durante 20 semanas, de abril a agosto del año pasado, además de lamentarse de que “¡no hay más nada qué hacer!”, Ruby Salgado y otras mujeres del vecindario, que también reclaman “mejores condiciones de vida”, denunciaron, en la visita que hicimos al asentamiento, que la Alcaldía Municipal no hace nada por las 600 familias que han pedido ser reubicadas.
Por los angustiosos días durante el incendio, donde las llamas y las columnas de humo deterioraron mucho más la salud de los residentes y el medio ambiente, Sandra Donado, quien conserva varios videos de la emergencia en su celular, advierte que están sobre “una bomba de tiempo” por la acumulación del gas metano.
En La Concepción todo es difícil e inhumano. Por eso urgen la “recuperación ambiental y social” que ordenó la Corporación Regional Autónoma. Viven en casuchas de tablitas, de paredes y techos de plásticos rasgados por la brisa y latones oxidados. A pesar de sus carencias económicas les cobran altísimas tarifas de luz. Aquí las redes eléctricas son antitécnicas, no hay postes ni contadores como usted puede verlo; entonces, ¿cómo podemos acumular deudas por 2 millones de pesos?, pregunta, con varios recibos en sus manos, Johana Piñango.
En este barrio subnormal las calles de arenas están encharcadas con aguas malolientes de alcantarillas, que en inviernos como el actual son inundadas por arroyos que desembocan en el río Magdalena. A todas las familias las acosan la inseguridad y la drogadicción de niños y adolescentes.
Cansados por lo que viven, no quieren que el sustento diario de sus familias dependa de unos pocos kilos de papeles, cartones, huesos, plásticos, metales, vidrios y otros desechos reciclables que con sus manos extraen de la podredumbre. Claman soluciones reales.
Tampoco quieren que se acuerden de ellos solamente en las elecciones, para elegir alcalde y concejales de Soledad, o congresistas, época en l que llegan a comprarles los votos para después dejarlos sumidos en la miseria extrema, en la que han vivido por años.
En el proceso sancionatorio contra la Alcaldía de Soledad la Corporación Regional Autónoma explicó que su objetivo apunta, entre otras razones, a erradicar un basurero que genera emisiones descontroladas de metano, “gas de efecto invernadero que contribuye al calentamiento global del planeta”.
Mientras esperan el anuncio de la sanción y las soluciones que deberá iniciar la administración soledeña, habitantes como Rosa Peñaranda preguntan en voz alta lo que toda la comunidad espera conocer:
Ojalá en La Concepción no haya nuevos engaños y falsas expectativas sobre la erradicación del más grande basurero de Soledad que daña el medio ambiente, pone en peligro la vida de quienes habitan en el asentamiento, contamina con sus lixiviados el río Magdalena a dos kilómetros de la bocatoma del acueducto de Barranquilla y genera riesgos para la aviación por la proliferación de aves a menos de cinco kilómetros del aeropuerto Ernesto Cortissoz.
Twitter @JoseGranadosF
