Oscuridad en el barrio San Bernardo. Una motocicleta se parqueó en la esquina de la Carrera 11 con Calle 2. A paso lento, un sujeto de camiseta negra y jean oscuro se apeó del vehículo sin quitarse el casco. Así caminó entre el frío de la madrugada, iluminada apenas con escasas luces y los sollozos de fiestas encerradas.
El hombre se detuvo al ver una delgada reja café, que abre a un inmueble verde de tres pisos. Con pintura blanca a los costados de la reja decía ‘Billares’. Subió las escaleras blancas, todavía portando el casco, llegó al espacio rodeado de paredes carmesí y con timidez sacó una pistola que no se atrevió a descubrir de inmediato.
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Se acercó a un grupo de cuatro jóvenes que estaban de pie frente a una de las mesas de billar. Allí fue cuando vio a José Aldemar Ortiz Infante, un hombre de 37 años. El tipo del casco le dirigió un disparo apuntando con la mano baja. Con el primer disparo se desató el infierno y los gritos, el susto y el intento por salvarse se apoderaron del mítico billar ‘El Gabacho’, sobre las 12:40 a. m. de ayer.
Acribillado en el billar
La reja café amaneció ayer a medio cerrar. El letrero de ‘El Gabacho’ sobresale por la imagen de una voluptuosa mujer sobre una mesa de billar. Cuentan que el asesino tuvo que descargar toda su arma para cometer el crimen.
El piso estaba abarrotado de gente que bebía ‘pola’ y jugaba tres bandas. “El tipo se sacó el arma y empezó a disparar sin levantar el brazo, todo el mundo empezó a correr y escapar como podía. Empezó a perseguirlo por medio billar disparándole a todo el mundo, hasta que le dio al muchacho por el que iba”, señaló un testigo del hecho.
En las cámaras de seguridad quedó registrado todo el homicidio. Ortiz llevaba una chaqueta blanca y una gorra clara. El sicario por poco le dispara a otro joven, ya que el objetivo del atentado se intentó esconder detrás de otro sujeto, que por poco lleva del bulto. Luego de corretear por todo el piso, el sicario se quedó solo frente a su víctima y acabó de descargarle el arma hasta verlo moribundo. Al trote, el criminal bajó las escaleras blancas, salió entre la bulla de madrugada y se voló en la moto en la cual había llegado.
La víctima fue hallada por las autoridades boca abajo y sin signos vitales. Su sangre se camuflaba con las paredes carmesí del establecimiento.
De acuerdo con lo que pudieron recopilar ayer, este episodio se trataría de un ajuste de cuentas. En la zona impera el silencio, el miedo y la clandestinidad. Lo último que se supo es que Ortiz había sido citado en aquel billar con anterioridad y su sentencia estaba ya sellada desde antes de la primera carambola.
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