La pandemia cayó como un balde de agua fría sobre la pequeña juguetería Maderandia. William Pamplona, dueño del negocio, llevaba entonces más de 20 años creando juguetes artesanales en madera, un oficio que aprendió de su padre, un reconocido ebanista de Pensilvania (Caldas). La empresa iba bien: facturaba alrededor de $100 millones mensuales y generaba decenas de empleos que beneficiaban a madres cabeza de familia y jóvenes víctimas del desplazamiento. Luego llegó la covid-19,…
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